Es evidente que los perros se han adaptado a entornos, elementos y hábitos, en un proceso de integración cada vez más cercano a ser un miembro más de la familia humana.
Si a esto le sumamos la crianza selectiva, los perros hipotéticamente estarían más lejos de lo que fueron sus ancestros.
Esta teoría (que suena absolutamente lógica) y el tipo de vínculo que establecen con su gente, es lo que en apariencias hace que algunas veces se olvide que ese ser que usted viste de gorra y chaqueta -y hasta llega a compartir nuestra cama-, sigue siendo un perro, independientemente de su estética o tamaño.
El instinto canino es un impulso natural innato que se transmite genéticamente, y aunque tal vez en algunos ejemplares esté más dormido que en otros, sigue siempre latente y ante cualquier motivación positiva o negativa puede despertarse.
De hecho, en los perros de trabajo e incluso en los de compañía, lo que se hizo fue fortalecer y maximizar algunos de sus instintos naturales, convirtiendo al perro en un especialista en determinada área.
Este es el principio básico de la creación de las razas caninas, aunque después, en algunos casos, se haya perdido el norte inicial. Comprender esto es importante y la manera de evitar problemas ante conductas no deseadas del animal que elegimos, que son propias de la especie y de su raza o mestizaje. Hay muchísima gente que quiere un perro y luego pretende que no se comporte como tal.
Coartarle la posibilidad de expresarse como lo que es, es una forma de maltrato y una de las más comunes. Además, trae aparejados muchos trastornos que tarde o temprano se harán visibles.
De alguna manera u otra, el instinto canino siempre estará presente, no se puede ni se debe intentar cambiarlo. Solo hay que saber manejarlo con responsabilidad para no exaltar habilidades que puedan tornarse peligrosas o fomentar acciones que vuelvan intolerable la convivencia.
La gran paleta instintiva
Un perro seguirá siendo perro
Desde el perro más pequeño hasta el gigante manifestarán sus instintos como una reacción natural acorde a sus necesidades, en cualquier entorno donde vivan. Muchas veces, sin saberlo, las personas provocan situaciones de inseguridad, sobreprotección u otras que llevan a los animales a conductas indeseadas como una respuesta natural para protegerse.
El miedo o la agresión, marcar territorio levantando la pata en los muebles o ladrar más de la cuenta, no son más que una manera de materializar el instinto de supervivencia. Cuando existen reacciones exageradas, seguramente hay detrás una explicación que aunque el perro no pueda racionalizar, la enorme sabiduría del instinto responde con coherencia.
Los instintos de caza para conseguir alimento, el de presa, el pastoreo como forma de control y la territorialidad para proteger su espacio de invasores, fueron muy bien aprovechados para formar eximios trabajadores caninos, pero cuando estas aptitudes naturales son mal manejadas por el hombre, las virtudes pueden convertirse en problemas.
La reproducción también es un instinto, un llamado hormonal como objetivo de preservar la especie, sin ningún otro tipo de connotación ni necesidades.
La formación de sociedades jerárquicas es otra condición de los perros para poder organizarse, que cada quien haga lo que mejor puede y el más capacitado lleve la batuta. El liderazgo otorga muchos privilegios, es por eso que siempre se remarca que en la convivencia, la jefatura deben ejercerla las personas para evitar que el animal tome el control de la casa con todo lo que esto conlleva.
El juego también es importante, no es solo distracción, es también un instinto por el cual el perro aprende a desenvolverse en acciones con sus iguales, que le servirán para poder sobrevivir. Los cachorros cazan los juguetes y hacen presa con ellos. Recuerde que intentar silenciar el instinto es matar la esencia del perro. Dejarlos ser de una forma ordenada y conociendo sus requerimientos es la mejor manera de amarlos y disfrutarlos sanamente.