Hace algún tiempo se comenzó a conocer popularmente que algunos problemas de conducta en los perros pueden obedecer a causas tanto físicas como psicológicas. A pesar de esto, algunas personas mostraban cierta reticencia a creer que los animales, al igual que los humanos, pueden tener diversos trastornos en su forma de manifestarse, que no están ligados necesariamente al carácter o la educación.
La mayoría de los desórdenes que en este campo pueden sufrir las personas también pueden darse en los caninos.
Ellos también son producto de su genética, ya que la propensión a sufrir estas patologías tiene un alto porcentual de transmisión en determinadas líneas de sangre y razas en particular o sus cruzas.
El síndrome de la furia es una de ellas, y se presenta como un cambio repentino en la conducta de los perros sin una causa aparente. En esta situación, los animales se muestran imposibilitados de conectar con algún tipo de comando o estímulo externo, y por ende, se escapa del control de quien quiera revertir este comportamiento.
Los que conocemos a nuestros perros podemos observar, pocos segundos antes de que esto se desenlace, un notorio cambio en su mirada e incluso en la dilatación de las pupilas.
Cuando se produce esta instancia es imposible frenar el proceso que ya está en camino. Esto no está relacionado con la maldad, no es algo que dependa de la voluntad o pueda manejarse sin ayuda médica.
Muchos perros, hipotéticamente violentos, han sido víctimas de la eutanasia por padecer este problema, ya que el desconocimiento del síndrome hacía imposible su diagnóstico y tratamiento.
Varias décadas atrás, antes de que la ciencia comenzara a estudiar las posibles causas de este tipo de ataques, entre los criadores avezados de algunas razas muy populares como el cocker inglés, ya se hablaba de una agresividad atípica en determinadas familias de perros dorados, aunque no se sabía su origen.
A pesar de la restricción responsable de estos ejemplares en la crianza, el control no pudo ser absoluto y la descendencia de estos animales, en algunos casos, presentó el síndrome.
Un síndrome poco frecuente
Al igual que sucede con las personas, el desbalance químico de algunas sustancias cerebrales tiene como resultado final alteraciones que afectan la conducta. Es el caso de este síndrome, que algunos también lo consideran como una forma de epilepsia.
La crisis puede durar algunos minutos y lueg el animal vuelve a su estado normal. Principalmente se lo asocia con los ‘cocker’ ingleses, pero también puede darse en otros perros. Me ha tocado verlo en un ejemplar san bernardo, y tratándose de esa contextura física, era realmente un problema serio.
Es necesario aclarar que este síndrome no es para nada frecuente y muchas personas, al enterarse de su existencia, creen que sus compañeros caninos lo padecen, tratándose realmente de animales que muestran algún tipo de agresividad.
Generalmente, en estos casos, son trastornos de conducta que al no saber manejarlos le buscan una explicación fácil.
No hay manera de prevenir la crisis, ni se sabe ciertamente si existen factores de algún tipo que la desencadenen. Pero, en mi experiencia, he podido observar en perros diagnosticados con esta enfermedad, que la ansiedad o hiperestimulación en ocasiones pueden ser disparadores del proceso.
Ante cualquier duda, no haga suposiciones y consulte a su médico veterinario conjuntamente con un especialista en conducta canina. Este síndrome no se cura, pero puede controlarse con la medicación correcta.