El panorama no es el mismo de hace 20 años. Entre las montañas altivas y glaciares milenarios, se ven algunos parches pelados, zonas áridas, donde apenas se ve nieve, pero el panorama sigue siendo majestuoso. La nave se deslizaba frente al Glacier Bay National Park serenamente, parte del recorrido del Norwegian Bliss en su crucero de siete días por Alaska.
El viaje había empezado cuatro días antes, en la ciudad de Seattle. Este destino, en el extremo superior izquierdo de Estados Unidos, me impresionó. Para empezar, el clima fue un cambio bienvenido al calor sofocante al que estoy acostumbrada. Las calles son amplias, limpias. Abundan edificios de elaborada arquitectura. Visité la fábrica Boeing, donde vi cómo ensamblan sus aviones; el Pike Place Market, una experiencia sensorial para la vista y el olfato; y el Space Needle, una de las atracciones icónicas de Seattle.
Al día siguiente, el grupo que fuimos invitados al famtrip a bordo del Norwegian Bliss llegamos al Pier 66, donde aguardaba imponente el crucero, el más nuevo y espectacular de la flota, y aunque tiene varios itinerarios a lo largo del año, fue construido con Alaska en mente, ya que a diferencia de otras naves, tiene gigantescos ventanales para que los pasajeros puedan absorber en todo su esplendor los espectaculares paisajes que caracterizan la ruta.
Alaska, el 49 estado de Estados Unidos, fue adquirido en 1868 a los rusos por poco más de 7 millones de dólares. Se le conoce también como la última frontera por su ubicación remota, topografía escabrosa y el frío glacial de sus inviernos. Por eso la temporada de los cruceros a este destino es solo durante el verano, que se extiende desde mayo hasta agosto. En esos meses las noches también son más cortas. Hay zonas en que el sol no deja de brillar, incluso en la medianoche.
Según Sandy Cohen, gerente general de Columbia Tours, representante exclusivo en Panamá de Norwegian Cruise Lines, esta es una travesía indiscutiblemente memorable.
Juneau, la capitalFrío glaciar y trineos con perros La primera parada fue Juneau, la capital de Alaska. Como dato curioso, es la única capital de Estados Unidos que no tiene acceso por vía terrestre, solo por mar y aire. Entre todas las opciones, decidí hacer un tour en helicóptero al Herbert Glacier, y de ahí un paseo en trineo jalado por perros. A medida que el helicóptero iba subiendo más y más alto, el paisaje fue cambiando de pinos verdes, a picos cubiertos de nieve. El vuelo duró menos de 15 minutos, pero aterrizar en el glaciar fue casi como llegar al campamento base del Everest. El cielo estaba completamente cubierto de nubes, pero el frío era tolerable. El paseo con los perros, o mushing, fue una experiencia fabulosa, que me hizo sentir como una niña feliz.
Travesía a la Última Frontera: en crucero por Alaska
Skagway, la puerta al YukonBelleza silvestre Una de las atracciones más populares es recorrer el White Pass, hasta el territorio del Yukon, en ferrocarril, por la historia minera de la región y la fiebre de oro del Klondike. Sin embargo, yo opté por hacer el paseo en busito, porque permitía bajarnos en las distintas paradas. Atravesamos la frontera con Canadá (es importante llevar pasaporte), llenamos nuestras botellas con agua de una cascada, nos tomamos fotos en el letrero de “Welcome to Alaska”, cruzamos el Yukon Suspension Bridge, y nos maravillamos ante el derroche de paisajes que incluían montañas, lagos, ríos y bosques. Una sorpresa que entusiasmó a todos fue ver osos negros. Otras personas habían pagado para ir a verlos en otro tour, y solo los observaron de lejos. Y nosotros acá vimos osos hasta en tres ocasiones diferentes, a pocos metros de nuestro vehículo, de casualidad.
Travesía a la Última Frontera: en crucero por Alaska
Otro barco en KetchikanFaros, tótems y águilas El clima, que había sido tan benevolente hasta el momento, nos traicionó. El pueblo amaneció cubierto de neblina, y con una lluvia necia, que no amainó. Mi plan original era tomar un tour en hidroavión, algo que me tenía ilusionada, pero el día anterior me informaron que todos los vuelos de la aerolínea en que yo había reservado fueron suspendidos a raíz de dos accidentes en las semanas previas. Por un momento consideré reservar con otra compañía, pero me alegro que no lo hice, porque con el clima como estaba, seguramente lo hubieran cancelado. Y si no, creo que igual no me hubiera atrevido a montarme. En vez hice un paseo en bote por la costa a ver águilas, tótems y faros. Fue una travesía apacible, que disfrutamos con el chocolate caliente que nos sirvieron, pero hubiera preferido ir en bus, para poder bajarnos y apreciar los tótems de cerca y no con los binoculares disponibles a bordo. A pesar de eso, fue un paseo agradable. El capitán navegó por la costa, explicando cómo viven los habitantes del área en la actualidad y cómo lo hacían las generaciones pasadas. Ketchikan, al igual que las paradas previas, tiene un pueblo muy pintoresco, con edificios de madera de colores y techos triangulares, donde los turistas pueden comprar un sinfín de souvenirs y delicias como salmones ahumados. He aprendido que siempre es conveniente tener un poncho a mano, y en esta ocasión me salió muy útil para poder recorrer el pueblo sin mojarme.
Travesía a la Última Frontera: en crucero por Alaska
En Canadá, Victoria B.C.Carrera contra el sol La última parada del Norwegian Bliss fue en Victoria, la capital de British Columbia, en Canadá. Esta iba a ser una parada muy corta, apenas de cuatro horas, por lo que nos tocaba correr para aprovechar lo más que se pudiera, antes que cayera el sol. Butchart Gardens, 22 hectáreas tapizadas de flores, estanques, fuentes, y jardines temáticos, es la atracción imperdible. Aunque cuenta con iluminación para visitas nocturnas, lo ideal es admirar esta obra de día. Cuando salimos de ahí, ya era de noche. El tiempo nos alcanzó para recorrer en autobús la ciudad y apreciar íconos como el castillo Craigdarroch, las casas flotantes y el Empress Hotel.
Travesía a la Última Frontera: en crucero por Alaska