Existen dos clases de personas: las ordenadas y las desordenadas. Las ordenadas no entendemos cómo los otros no lo son, y a las desordenadas no les interesa ni un poquito ser como somos nosotras.

Cuando estaba embarazada, me hacía ilusión que mi bebé fuera igual de ordenada que yo. Cuando nació, era idéntica a mí: tenía mi pelo, mi nariz, mi cara. Pues para mi sorpresa, no solo vino desordenada de fábrica, sino que jamás hizo el más mínimo esfuerzo por mudarse a “mi bando”. Intenté vivir en orden a través de una permanente negociación con una dosis de regaño, hasta que finalmente entendí que ella es así, de modo que decidí cerrar la puerta de ese cuarto y pasar de largo sin mirar hacia allá. Al pasar de los años, ella siguió siendo desordenada, pero ya no me afectaba, porque ya no vivía conmigo.

En mi andar, la vida puso en mi camino a un hombre bueno, trabajador, educado, bailador, divertido, y pensé que seguro también era ordenado. Y, ¡pacatán! No solo es despistado, sino también desordenado. La balanza se inclinó más hacia sus virtudes y decidí aceptar esta característica. Total, estoy destinada a convivir con desordenados, que amo y adoro, pero desordenados al fìn y al cabo.

La convivencia entre personas de ambos grupos puede llegar a ser insoportable; las discusiones se tornan en la tónica que marca la relación, aun por encima del sentimiento que los une.

La buena noticia es que las personas de naturaleza desordenada pueden cambiar, puesto que el orden es una conducta aprendida. Cuando ven cajones organizados, espacios limpios, su ropa bien guindada y cada elemento en el lugar que corresponde, perciben la agradable sensación que genera el orden, y por encima de su personalidad y estructura, pueden acatar el conocimiento y practicar esta disciplina.

En mi caso, mi esposo, por ejemplo, nunca entendió que los zapatos se guardan en el clóset; su chip está diseñado para dejarlos en el pasillo, y ni hablar de devolver las cosas al lugar donde las encontró. No ha habido explicación lógica ni ilógica que lo haya hecho entrar en razón. Sin embargo, experimentó la paz que produce regresar a su cuarto cada día después del trabajo y encontrar su cama arreglada, así como la tranquilidad que da acostarse a dormir sabiendo que la cocina está impecable, para que así la encuentre cada mañana al despertar.

Entonces, hoy en día, yo guardo los zapatos en el clóset, recojo lo que deja tirado y él hace la cama todas las mañanas y se asegura de dejar la cocina limpia.

5 sugerencias para tratar de vivir con orden y armonía

1. Si estás convencida de que la organización genera una mejor calidad de vida, entonces defiende tu punto, brinda argumentos y explica tus razones con hechos y ejemplos.

2. Intenta entender a la persona desordenada. Para ellos su desorden es tan lógico e importante como para nosotros lo es nuestro orden.

3. Conversa del tema, pero desde el respeto, sin insultos ni palabras despectivas.

4. Definan tareas en conjunto y que cada uno se ocupe de lo suyo.

5. Ayúdalos a ser ordenados. Coloca una canasta donde pueda dejar todas sus pertenencias en el mismo lugar todos los días (llaves, lentes, wallet, por ejemplo).