No hay un letrero que indique taller de Gabriela Valenzuela. O Gaby Valenzuela, como mucha gente la conoce. Pero de 9:00 a.m. a 9:00 p.m. la dueña está allí, junto a su equipo de trabajo en un edificio próximo a calle 50.

‘Si mi clienta se ve bien, yo también’, con ese lema ha logrado una clientela fiel que le ha confiado su ropa, la de sus hijas, nietas y bisnietas. Valenzuela ha cosido para reinas de belleza, como la Miss Universo panameña Justine Passek y para primeras damas. Los diseños confeccionados en su taller han sido parte de editoriales de moda y portadas de revista Ellas. Ha presentado colecciones en Panamá Fashion Week, que este año le hará un homenaje a su trayectoria.


Gaby con aguja y tijera

Nació en Chile. Su padre le dio el nombre de la primera premio Nobel de Latinoamérica, Gabriela Mistral. Su familia, de clase media, era de intelectuales. Muchos libros había en casa. Pero esta Gabriela prefería las tijeras al bolígrafo.

Con 12 años de edad iba a los almacenes para pedir cajas y también pasaba por una fábrica de lencería fina por sobrantes de tela. Hacía delicados cofres forrados y trajes para muñecas. Todo para vender. Siempre supo de medidas y de precios.

Fue a una escuela de modistería, aunque mucho ya lo sabía. Con una amiga puso un taller. En 1971 se casó y en 1976 tuvo su primer hijo. Su esposo pensaba que Gaby desistiría del taller una vez llegaron los niños, pero allá llevaba al taller a su hijo.

En 1979 la familia Valenzuela, con dos hijos, se mudó a Panamá. Los parientes de él, gemólogos, tenían aquí una joyería. Él empezó a trabajar en Zona Libre. Aquí nacería su tercera hija.

Al cuarto día de llegar a Panamá, Gaby compró una máquina de coser. Empezó a visitar las tiendas de tela y a confeccionar camisones y batas que vendía a las amigas de su cuñada. Esa misma cuñada la contactó con una familia italiana que impartía clases de esgrima y no encontraba uniformes. “Si me dan una muestra yo los hago”, les dijo.

Comprando telas, conoció a la dueña del almacén. “¿Por qué compras tanta tela?”, le preguntó. Gaby le respondió: “con esta, la gruesa, hago uniformes de esgrima y con la otra camisones y batas, si querés te hago”. Ella le encargó un juego, y así empezó una relación de confianza y trabajo que se ha extendido entre generaciones.

Gabriela cosía en su casa y guardaba todo al volver su esposo del trabajo. Él pensaba que su esposa no tenía necesidad de trabajar. Pero, frente a la máquina de coser era donde se sentía más activa y satisfecha.

En 1982 enviudó. ‘Me quedé sola’, cuenta. Pidió un préstamo a su cuñado para comprar tres máquinas de coser y una plancha especial para uso de taller de modistería. Hizo una división en su casa para que le sirviera de taller.

Empezó a ofrecer un servicio que en esos tiempos era muy solicitado. La costumbre era mandarse a hacer los vestidos. Gaby recorrió las tiendas de tela y dejó sus datos por si alguien necesitaba una costurera. Para finales de ese año su nuevo taller, en su casa en vía Argentina, estaba copado con encargos de vestidos para fiestas de fin de año para las empleadas del Hotel Panamá y de los bancos cercanos.

Se enamoró de Panamá. De que todo estaba cerca y de que se pueda usar la misma ropa casi todo el año.

Además, en el Instituto Panameño de Habilitación Especial su hijo, que tenía autismo, recibió la mejor atención posible. Aún lo agradece. Él se convirtió en un profesional.

La diseñadora de moda Gaby Valenzuela: ‘Si mi clienta se ve bien yo también’

Junto a su hija Norma Valenzuela, saluda después de la presentación de la colección de ambas en Fashion Week Panamá.

Un taller y una escuela

A los 71 años se mueve como pez en el agua en su taller. Sigue haciendo de todo, especialmente le gusta preparar el trabajo que las operarias van a coser.

La labor de alta costura requiere de paciencia y pasión. Si alguien no disfruta este trabajo se sentirá frustrado porque si no queda bien tiene que soltarse y volverse a coser.

Su taller ha sido una escuela. Muchas de sus ex modistas fundaron uno propio; otras se jubilaron allí, como Rosita que llegó hace 30 años, ya se jubiló pero sigue atendiendo la recepción, apuntando las citas y haciendo costuras a mano.

La clave para ese tipo de lealtad es ofrecer “respeto y honradez al trabajador porque aquí yo soy otra trabajadora”, dice ella y asiente su hermana mayor Eugenia, sin quien no habría podido dedicarse al taller a tiempo completo y criar a sus hijos cuando enviudó.


Gracias, tía Eugenia

La tía Eugenia, quien vino de Chile, está siempre en el taller, apoyando la administración y las tareas prácticas. Ella también se ocupó de los niños de su hermana. Les ayudaba con las maquetas de la escuela y hacía los mejores sándwiches para las reuniones de estudio. Gaby cuenta que cuando sus hijos llegaban del colegio no preguntaban por mamá, preguntaban por la tía Eugenia.

Aunque ella insiste en que no tiene nada que ver con la confección de los vestidos, su hermana le dice que también es parte importante del taller. Durante la entrevista, la mayor de las hermanas está atenta para agregar algún detalle que siente importante mencionar sobre el trabajo y talento de su hermana menor. Para la tía Eugenia, quién se mantiene activa y entusiasta a los 78 años, el mejor regalo que tiene en este momento es la salud y la independencia que ello le da.

La diseñadora de moda Gaby Valenzuela: ‘Si mi clienta se ve bien yo también’

La hermana mayor de Gaby Valenzuela, Eugenia, vino de Chile para apoyar a su hermana que había enviudado. Hoy labora en el taller siempre pendiente de los detalles más prácticos.

Una clientela fiel

El momento para realizar esta entrevista estuvo sujeto al espacio en el que no había clientes en el taller. Me pidió no fotografiar vestidos que pertenecían a sus clientas, reservados para futuros eventos.

Para Gaby, la elegancia no está reñida con la practicidad y siempre busca ofrecer la mejor calidad a precio razonable. Le alegra cuando su clienta le cuenta que a todos les gustó su vestido o cuándo alguien le habla de lo bien que se veía una de sus clientes con un traje hecho por ella.

Amo lo que hago y me pagan por hacerlo, ¿qué más puedo pedir?”. Su manera de ser le ha ganado el cariño de sus clientas.

La diseñadora de moda Gaby Valenzuela: ‘Si mi clienta se ve bien yo también’

Hace unos años, tuvo que operar de emergencia a su hijo. En la Caja del Seguro Social la cirugía de corazón no podía hacerse con la premura que se requería. Para intervenirlo en un hospital privado necesitaba conseguir por lo menos 20 mil dólares. Acudió a Sara Bassan por un préstamo. La idea era hipotecar su apartamento y luego pagarle. Al día siguiente, en su taller, empezaron a llegar clientes con dinero o cheques. En menos de una semana tenía los 20 mil dólares que necesitaba. Gaby agradeció a Sara y le prometió pagar a todos. Su respuesta fue: “No tienes que pagar. Es un regalo”.

Hoy en día, muchas de sus clientas le piden que adapte vestidos de alta costura que compraron vía internet o en el extranjero. Este cambio viene desde 2017. Se ha adaptado. Su negocio sigue siendo importante para ella y sus trabajadoras.

Quiere crear una nueva colección con telas valiosas que ha tenido guardadas y donar el dinero a alguna asociación. Mientras tenga energía aprovechará el tiempo, dice. Quiere donar a alguna fundación el dinero que recaude con esa colección.

En 2021 viajó a Estados Unidos para estar presente en el nacimiento de su nieta. En el momento de cortar el cordón umbilical, le pasaron las tijeras al padre de la criatura, y él se las pasó a ella: “Corta tú, Gaby”. Ella le llama “el mejor corte que he hecho”.

La diseñadora de moda Gaby Valenzuela: ‘Si mi clienta se ve bien yo también’

En Alta Moda 500, en 2019, Gaby Valenzuela también recibió un reconocimiento.


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