Una mola puede tardar de dos semanas a seis meses en hacerse, dependiendo de la complejidad del diseño. Un poco menos necesitan las tejedoras de San Miguel en Panajachel, Guatemala, para realizar en sus telares algo tan sencillo como una pañoleta, que a los turistas les puede costar cinco dólares solamente, lo suficiente para alimentar a una familia entera por una semana.
En esa misma zona, cada pueblo borda o teje sus ropas tradicionales, que visten a diario. Esas piezas tienen un diseño específico: en San Pedro La Laguna son los colibríes y en otras comunidades son rosas, trigo o mariposas. Estos diseños y tradiciones se transmiten de generación en generación como una especie de bandera que diferencia a una tribu de la otra (su función original desde la colonia).
Es así como el diseño de la comunidad de Santa María Tlahuitoltepec se puede reconocer fácilmente -para quienes lo conocen y admiran- en cualquier lugar. Y fue justamente en la colección de la famosa diseñadora francesa Isabel Marant donde se encontró una blusa casi igual a la creada por las mujeres de esa comunidad y que se vendía por más de $183, versus la original, que cuesta unos $16.
Marant nunca quiso aceptar el plagio y tampoco hizo esfuerzos para acercarse a la comunidad que solo le pidió reconocimiento y le ofreció a ella y a las autoridades gubernamentales mexicanas visitar los talleres, explicó la oenegé Impacto, “para aprender sobre la comunidad y las mujeres artesanas que han creado estos diseños por tanto tiempo”.
Según Susan Scafidi, fundadora del Fashion Law Institute y autora del libro A quién le pertenece la cultura: Apropiación y autenticidad en el derecho estadounidense, la apropiación cultural sucede “cuando una cultura dominante adapta elementos de una cultura marginada y los utiliza fuera del contexto de la cultura original, a menudo sin crédito o en contra de los deseos de dicha cultura”.
La apropiación cultural en la moda
Pelo maloDigamos que el fenómeno siempre ha existido. Cada año, para las semanas de moda a nivel mundial, aparece algún “genio” con una colección supuestamente inspirada en una cultura o tradición a la que no pertenece y sin darle el crédito, mención o reconocimiento correspondiente.
El ritmo vertiginoso de innovación de la industria de la moda siempre ha impulsado a los diseñadores a incorporar los aspectos distintivos de otras culturas para mantenerse frescos. Basta pensar en los pantalones de harén y las túnicas de Paul Poiret de la década de 1910, en la “colección africana” de Yves Saint Laurent de cuentas y plumas de 1967, o en los saris y pantalones de montar estilizados de Hermès de la India de 2007.
Si en el día a día y según una encuesta realizada por Ellas, a muchas mujeres afrodescendientes se les critica o no se les permite usar trencitas o dreadlocks o su cabello afro al natural, ¿por qué para las hermanas Hadid sí está bien usarlas, como se vio en una bochornosa pasarela de Marc Jacobs en 2016?
Scafidi explica que la apropiación “es más probable que sea dañina cuando la comunidad de origen es un grupo minoritario que ha sido oprimido o explotado o cuando el objeto de apropiación es particularmente sensible, por ejemplo, los objetos sagrados”.
Kim Kardashian, quien es ineludiblemente privilegiada, publicó una imagen de sí misma usando trencitas afro y reconociendo a la actriz Bo Derek como su inspiración. Pero esas trencitas afro, un peinado muy asociado a la cultura afrodescendiente, tienen una historia complicada que se remonta más allá de Derek.
La profesora en estudios africanos LeRhonda Manigault-Bryant señaló que Kardashian usando trenzas o a las Hadid con sus dreadlocks rosados “se convierten en una especie de símbolo de belleza en cierto modo”. Pero las mujeres afrodescendientes han sido castigadas por llevar peinados similares “y es esa doble moral lo que gatilla la idea de apropiación”.
La apropiación cultural en la moda
Piezas vacías Hasta hace algunos años el tema no causaba tanto revuelo. Los medios se habían ablandado sobre ello o simplemente lo ignoraban, pero hoy en día no solo los jueces se han masificado con las redes sociales: el público ha cambiado y quiere, y busca saber de dónde y quién hizo la pieza. La historia y la persona detrás de ella. “La gente quiere conectar con la marca a nivel más personal”, asegura Mary Quintero, diseñadora de las conocidas botas de lluvia que destacan aspectos del folclor, la flora y fauna panameñas y una de las dueñas de la tienda Undercover en Casco Antiguo, donde se pueden encontrar piezas de diseño local inspiradas y trabajadas respetuosamente por los diseñadores que exhibe y que presenta a cada uno de sus clientes.
Uno de estos diseñadores locales es Jean Decort, colonense para quien es sumamente importante la investigación del origen y significado de las piezas o tradiciones que va a representar en sus diseños. Esto es importante para él “para evitar crear una pieza vacía y puramente comercial, moda sin esencia”, explica. En su trabajo creativo y en el de miles de creadores y artesanos, siempre ha habido implícita una parte muy personal y profunda que tiene que ver con la identidad. Y la moda es un resultado de esa búsqueda.
Inspiración y respeto Scafidi propone una guía práctica para resolver el debate: “Para distinguir la apropiación indebida perjudicial de la inspiración positiva, utilizo una regla de tres variables: fuente, significado y similitud”.
Para la profesora de derecho “cuanto menos similar al original es el uso externo, menos probable es que un extraño haya cruzado la línea de la apropiación indebida”, explica.
Scafidi añade que los diseñadores deben considerar la colaboración creativa con las comunidades de origen y sus artistas: un proceso que puede traer “reconocimiento y beneficio económico a ambas partes”.
En la colección primavera 2016 de Osklen, la marca brasileña de lujo colaboró con una tribu amazónica a la que hacía referencia: los asháninka. La tribu recibió regalías de la colección y una plataforma para crear conciencia sobre su lucha por proteger sus tierras contra los madereros ilegales. A cambio del permiso para adaptar sus tatuajes y telas tradicionales, Osklen pagó a la tribu. Con ese dinero, los asháninka han podido hacer varias mejoras, incluida la construcción de una escuela.
La apropiación cultural en la moda
La gran mayoría de los diseñadores son muy respetuosos con las leyes y las reglas proteccionistas: Ana Débora Amaya, Hélene Breebaart y Annie Chajin, por nombrar algunas en Panamá. Para la diseñadora Diana Arcila, quien trabaja codo a codo con comunidades indígenas, su trabajo con los artesanos “es uno en equipo. Ellos me aportan con sus molas y yo me encargo de plasmar dichos trabajos manuales en mis piezas, que han sido muy apreciadas por el público”.
Arcila recalca que “la mola es un trabajo increíble, hecho con amor y dedicación, y las comunidades indígenas merecen recibir el precio correspondiente porque también tienen necesidades y familias que mantener. Por otro lado, me parece importante también alzar la voz y comunicar que mis piezas son lo que son gracias a ellos”, reconoce la artista de la marca.
La iniciativa Arte Sano Panamá, por su parte, crea carteras a partir de la técnica tradicional del sombrero pintado panameño, pero con un giro moderno y más colorido. La iniciativa, que tiene como objetivo rescatar y conservar el arte de tejer a mano con fibras naturales, también intenta dar a conocer a nivel nacional e internacional esta tradición del interior en vías de extinción. Con esta iniciativa, Clarita Cedeño, Patricia Águila, Nataly Massou y Daney Ramírez apoyan el desarrollo económico y social de sus socias artesanas, invirtiendo un porcentaje de las ganancias en proyectos sociales que conservan este arte y promueven el desarrollo de la comunidad con la que trabajan.
La apropiación cultural en la moda
Para diseñadores como Jean Decort es importante mantener las tradiciones heredadas de sus antepasados. En su trabajo, por ejemplo, él rescata y mezcla los trazos y técnicas originarias de sus ancestros, tanto panameños como africanos, “pero con mi estilo propio. Lo importante es agregarle un valor, innovar y aportar a la cultura”. Con ello, viene también la responsabilidad histórica (“la esclavitud, en el caso de la cultura conga de la que soy parte”) y la necesidad creativa que le exige a los artistas renovar esas tradiciones, creando nuevos estampados en la moda africana o nuevos diseños como los de Arte Sano para que sigan siendo vigentes, “perduren en el tiempo y sean transmitidos por las nuevas generaciones”, explica el diseñador.
Scafidi insiste en que esto es necesario porque “la cultura no es un objeto que se congela en el tiempo y se conserva en un museo”. Los negocios prosperan con el intercambio cultural y tal inspiración puede ayudar a las comunidades minoritarias. Pero sin el debido reconocimiento o extensión de los beneficios a las comunidades, por bien intencionados que sean, no puede ser un intercambio igualitario.
Como dice Scafidi: “Diseñar con inspiración y respeto por otras culturas en mente es un reto que requiere más creatividad y visión transformadora, que simplemente copiar la cultura de otra persona y reivindicarla como propia”.