Acepto que soy de esas personas que siempre tiene que estar haciendo algo. En mi negocio quiero estar pendiente de todo y que salga justo como quiero. Soy un poquito intensa, dirían algunos.

Después de vivir en el mismo lugar desde que nací, decidí mudarme a un apartamento. Este tiene un buen par de años, pero me encantó su distribución de espacio y ubicación. Solo requería un par de arreglitos.

Le confié toda la obra a mi súper handyman Ancizar [así le digo yo, pero él es mucho más]. Hace unos cinco años una clienta me lo recomendó por un tema eléctrico. Y cuento corto: él hace cualquier mantenimiento y reparación de mi tienda y mi casa. Terminó trabajando con varias amigas: Carla que es arquitecta; Teyra que administra edificios y con Bea en su negocio. Sí, entre cuatro mujeres (sin contar a su esposa) mantenemos a Ancizar bastante ocupado.

Apenas me dieron la llave del apartamento se lo encomendé. Le mostré lo que quería y le dije que lo dejara como si fuera suyo. Una vez que le confié mi nuevo hogar, decidí que solo pasaría una o dos veces a la semana. Le hacía una listita con los pendientes que íbamos tachando.

Por otro lado, en casa tenía a mi fiel amigo de cuatro patas y 14 años, Babu. Nos forzábamos por caminar así fuera una vuelta a la cuadra, aunque nos tomara casi una hora.

Al mudarme, logramos salir un par de veces. Pensé que sin escaleras todo iba a mejorar para Babu. Pero sus piernas y su mente, rápido, se iban deteriorando. Decidí que era hora de quedarme en casa con él. Me traje mi computadora y me puse en modo de teletrabajo. Algo que no había hecho en toda esta pandemia.

Estoy acostumbrada a estar la mayor parte del tiempo de pie, metiendo las manos en la masa, viendo los clientes entrar y salir, asegurándome de que sean atendidos bajo mis estándares. Y al tener que hacer todo a través de una computadora me hizo confiar más en mi equipo. Solté mi obsesión compulsiva de estar allí. Cerré los ojos y me dije: ‘ellos pueden’.

Me di cuenta de que lo lograron. Y lo hacían más que bien. Babu ya está en el arcoiris esperándome con su sonrisa de siempre paseando una botella de plástico en su boca.

Yo estoy de regreso en la oficina. Mi puerta siempre está abierta. Regresamos a los días en que entran a preguntarme cualquier cosita. Hasta esas para las que ellos, en el fondo, saben la respuesta. Yo cierro los ojos, respiro y digo con una sonrisa: “Usted se sabe la respuesta y usted puede”.