Cuando Lidia Luna estaba por finalizar la carrera de psicología en la Universidad Santa María la Antigua a una de sus primas le diagnósticaron cáncer gástrico. Esa pariente suya contó con el apoyo de la familia y el soporte espiritual, pero Lidia se preguntó qué podía hacer la psicología por ella y esa curiosidad la ayudó a descubrir la psico oncología, especialidad que estudió en la Universidad Complutense de España. Ella trabaja en Panamá Cáncer Clinic, el primer centro multidisciplinario oncológico privado de Panamá.
Lidia, ¿para quién es la especialidad de psico oncología?
Es principalmente para el paciente que ha sido diagnosticado, pero también lo es para su familia.
¿Atiende al personal de salud?
Sí, porque tenemos que cuidarnos para poder cuidar. Somos seres humanos que estamos expuestos. No es fácil comunicar y transmitir este diagnóstico o la progresión de esta enfermedad.
Al recibir el diagnóstico las personas se enfocan en el tratamiento, ¿por qué dar prioridad a un tratamiento psicológico?
Es fundamental hacerlo. Un diagnóstico como este da un giro a tu proyecto de vida. Cambia la dinámica familiar, laboral y todas las expectativas que tenías por delante. Por eso es importante ofrecer este apoyo desde el inicio. Para el paciente hay temor sobre el tratamiento y sus efectos. Más aún, si hay que hacer una cirugía mutilante, en el caso de que una persona pierda una pierna o una mama. Así que la atención psicológica, desde las primeras fases, es una necesidad para el paciente y su familia.
¿Con qué emociones llegan sus pacientes al consultorio?
Todas las emociones afloran; en especial, el miedo. Quizás es la primera vez que confronta el mayor miedo que es la muerte.
¿También está la culpa?
Así es. A veces el paciente interpreta que es su culpa por no haber tenido un buen estilo de vida o por no haber sido un buen hijo, un buen padre, un buen esposo. Y esto no tiene nada que ver. Al sentir culpa lo único que se hace es agregar otra carga a todo ese universo emocional que ya le toca enfrentar.
‘El cáncer incumbe a la familia’, entrevista a la psico oncóloga Lidia Luna
Algunos pacientes prefieren ocultar su condición y no preocupar a sus familiares, ¿qué les dice usted?
Esta es una situación que no se lleva en solitario. Hacerlo no facilita una adecuada adherencia a los tratamientos farmacológicos. Es difícil, por ejemplo, acudir solo a un hospital para recibir una quimio y sobrellevar los efectos secundarios sin ayuda. Este es un tema del paciente y de la familia.
¿Usted les ayuda a abrirse y aceptar ayuda?
Sí, pero cuando acuden a mi consulta ya llegan dispuestos y receptivos. Tal vez por la situación tan impactante, reconocen que necesitan el apoyo. A algunos les cuesta más por su personalidad o por su género. Los hombres suelen ser más reservados, por ejemplo. Pero una vez se abre esa puertecita es más fácil.
¿Qué emociones experimentan los cuidadores?
Experimentan miedo y frustración. Piensan que no hay mucho que puedan hacer para ayudar. Pero sí pueden hacer mucho. La familia juega un rol fundamental, así como los amigos y la parte espiritual. En la consulta trabajamos en conjunto todos esos elementos.
¿Cómo debemos hablar del cáncer a los niños?
En ocasiones, con la idea de protegerlos, aislamos a los niños. No les decimos lo que pasa. Hay que integrarlos y hacerlos parte del proceso. De lo contrario vamos a formar seres humanos indolentes, y cuando alguien sufra ante ellos no tendrán las herramientas para ayudarlos porque de pequeñitos los excluimos. A los niños hay que informarlos con lenguaje sencillo. Normalizar esta enfermedad que puede ocurrir y es parte de la vida.
¿Ve usted a sus pacientes revaluar su vida?
Sí, es un momento que invita a la reflexión. Esta es una nueva forma de vivir. Hay pacientes que me dicen que esta enfermedad les ha quitado, pero otros me dicen que el cáncer les ha dado más de lo que les ha quitado. Depende de la resiliencia de la persona y de cómo enfrenta la adversidad.
¿Qué recomendaciones da a los amigos que a veces tampoco saben cómo ayudar?
Estar. Aunque a veces signifique estar desde el silencio. Probablemente hay días en que el paciente no tenga deseos de hablar. Hay que respetar eso, pero hacerles saber que se está allí para lo que ellos dispongan. Tal vez a través de un mensaje de chat sin presionar por una respuesta inmediata.
¿Cómo acompaña usted en el caso de un pronóstico desalentador?
En ese caso hacemos contención emocional, organización familiar y un duelo anticipado.
¿Qué aconseja a los cuidadores que se sienten sobrepasados?
Los cuidados de un paciente oncológico deben ser rotados. No pueden recaer en una sola persona. De lo contrario puede ocurrir que esta persona se fatigue, claudique y hasta se enferme. Hay que estar pendiente también de los cuidadores. A veces en las familias se da la conspiración del silencio donde todo el mundo calla y se queda expectante a ver qué pasará. Hay que hablar e incluso atreverse a manifestar esas dudas de ‘tengo miedo de que te vayas’ o ‘no sé cómo haré si no estás’.
¿Y cuando el paciente no quiere hablar?
Debemos respetar su silencio, quizás es la única forma que tiene para enfrentar lo que pasa. Presionarlo para hablar es otra forma de agresión. Pero el cuidador debe poder contar con alguien con quien hablar y contar con el apoyo psicológico.
Muchas veces los cuidadores son mujeres, ¿qué recomienda en esos casos?
El cuidado debe ser compartido e involucrar a todos los géneros. Participar del cuidado también beneficia a quien cuida, saber que pudiste estar, acompañar y expresar cómo te sentías facilita, si llega a darse, el proceso del duelo.
¿Y cómo enfentar la vida diaria? A veces para los familiares hay culpa por disfrutar o sentirse bien.
La vida sigue igual. Si hay un cumpleaños se debe celebrar e involucrar al paciente. Si hay un hijo o nieto joven que quiere celebrar con sus amigos o irse para la playa se le debe permitir. No hay que sentirse mal por sentirse bien. Voy a tomar las palabras de una paciente: “esto es una montaña rusa”. Hay días buenos y otros, que no son como quisiéramos. Debemos adaptarnos y en los buenos disfrutar del presente, de nuestros familiares y prepararnos para la bajada. Pero mientras se puede, aprovechar el presente.