Hace 20 años escuché Clocks, de Coldplay, por primera vez. Era una niña de 8 años.

Sentada frente a la televisión, con el canal +Más 23 sintonizado y a todo volumen, escuchaba como hipnotizada un sonido casi futurista, que si cerraba los ojos, se sentía dulce, como miel galáctica.

De más estaría decir que nunca dejé de escuchar la música de esa banda con sonido mágico. Crecí con ella. Si buscaba calma, ahí estaba Yellow. Cuando mi hermano menor era un bebé de dos años, movía sus piernitas al ritmo de Paradise. La primera vez que me enamoré, sonaba Charlie Brown de fondo. Cuando el mundo tuvo que cerrar las ventanas de su casa porque afuera rondaba un virus que amenazaba todo lo que conocíamos, el álbum Everyday Life sonaba todos los días en mi apartamento.

Por eso, cuando en octubre de 2021, Coldplay anunció en sus redes sociales que iniciaría su nueva gira mundial de concierto Music of the Spheres en San José, Costa Rica, mi quijada se fue suelo. “Tengo que ir”, era el pensamiento que se repetía una y otra vez en mi mente luego del anuncio.

El día de la preventa de boletos llegó. No logré conseguir una entrada. El sitio web colapsó segundos después de la hora de inicio de la venta. Desesperada y buscando respuestas, entraba a redes sociales a ver si otras personas lograban comprar sus entradas. Ahí solo me encontré con quejas de miles de fanáticos a quienes tampoco les cargaba el sitio web.

Horas después, la compañía costarricense responsable de organizar el concierto  anunció que vendió 28 mil entradas a pocos minutos de iniciar la preventa. Dijeron, además, que al día siguiente habría otra oportunidad para comprar boletos. La velita que había encendido a todos mis santos seguía brillando.

Logré comprarlo dos días después. La emoción fue de esas que no se puede explicar con palabras, pero supongo que es parecida a la que alguien podría sentir cuando tiene un billete de la Lotería y le juegan los cuatros números del primer premio.

Cinco meses después, estaba en San José. Viajé a junto a un amigo, pero al concierto iría sola. Aunque por mi mente pasaron varios escenarios no agradables de estar por mi cuenta en medio de 40 mil personas eufóricas que verían a la banda, nunca tuve miedo de dar el paso hacia este sueño.

Llegó el viernes 18 de marzo, día del concierto. Coldplay tocaba a las 8 de la noche según la programación oficial. Empecé a hacer la fila a las 10 de la mañana en las afueras del Estadio Nacional de Costa Rica, recinto del espectáculo. Más de mil fans estaban por delante de mí cuando llegué. Algunos llevaban ahí desde las 6 de la tarde del día anterior.

Llevé snacks, agua, las zapatillas más cómodas que tengo, un capote porque el pronóstico indicaba una noche lluviosa y mi celular cargado al 100%.

Aunque entablar conversación con extraños no es mi gran fortaleza, rápidamente me hice amiga de dos hermanas salvadoreñas, una tica y tres panameños más que también viajaron para el concierto. Formamos un grupo de gente cálida, pura vida, que se mantenía pendiente el uno del otro. Me sentía segura con su compañía.

10 horas de fila después, con mis pies cansados y sedienta, la voz de Chris Martin iluminó el lugar. En una noche despejada, logré verlo de cerca, tomarle videos, gritar sus canciones con la piel erizada.

Coldplay dio un hermoso recital de dos horas lleno de luces, fuegos artificiales, fiesta y ternura. Chris Martin hablaba al público tico en español. Incluso envió saludos a Panamá y a los otros países centroamericanos. La banda sabía que miles de fanáticos de la región llegamos desde nuestros países a verlos en vivo.

El vocalista interpretó canciones en lengua de señas. Incluso, en el estadio había una sección designada para personas sordas a quienes se les entregó un chaleco especial que vibraba con la música y audífonos especiales para disfrutar del concierto.

El día que Coldplay me cantó al oído

El día que Coldplay me cantó al oído

Después de la primera mitad del concierto, la banda bajó del escenario principal y caminó hasta el otro extremo del estadio, donde se encontraba el público de graderías (quienes veían el escenario más lejos) y les cantó varias canciones en una pequeña tarima sorpresa que tenían preparada en esa área.

Chris, demostrando el tipazo y gran artista que es, cantó La Patriótica Costarricense, considerada como el segundo himno nacional de Costa Rica, y el público enloqueció. Este gesto lo ha replicado en los otros países latinoamericanos que son parte de la gira como República Dominicana, donde cantó Bachata Rosa de Juan Luis Guerra; y México, donde interpretó Rayando el Sol junto a Maná.

 

 

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Este fue un concierto ecológico. Al anunciar esta gira, Coldplay se comprometió a hacerla de la manera más sostenible. En esta línea, decidió iniciar su gira mundial en Costa Rica gracias a las políticas públicas dirigidas al cuidado medioambiental de ese país. Ahí el 99% de la energía eléctrica proviene de fuentes renovables.

El show se realizó con la ayuda de un piso cinético instalado en el estadio, que producía energía con el salto de los fans; además del pedaleo de otro grupo de asistentes montados en bicicletas estáticas. En este grupo de ciclistas, estaba un señor de cabello blanco: era el papá de Chris Martin, que daba energía al concierto con sus pedales.

Han pasado días desde mi regreso a Panamá y aún sigo sin creer lo vivido en el concierto. La niña que hace 20 años escuchaba Clocks por primera vez, y que siempre soñó con cantarla en vivo, se siente orgullosa.

 

 

 

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