Dos o tres horas duraba aquel taller de literatura para niños en el que los padres de Martanoemí la habían inscrito. La dejaron y se fueron, pero regresaron pronto. Tenían dudas de que la instructora pudiera retener, tanto tiempo, la atención de esos niños. Al llegar, se dieron cuenta de que se habían equivocado. Todos escribían. Ninguno quería irse.

Martanoemí era una niña que redactaba cuentos a su almohada o a ese diente que se le había caído y que extrañaba, cuenta su madre, Maritza Araúz. Al crecer, se inclinó por la ilustración y las artes visuales en distintas formas. Ella es la autora del mural del Museo Afroantillano, que rinde homenaje al aporte de esta comunidad a la cultura panameña. Hace historias con títeres de cartón y es autora del corto animado La cucarachita Mandi.

Escribir era algo que siguió haciendo en los márgenes, hasta que en 2022 ganó el concurso infantil de cuento del Municipio Carlos Francisco Changmarín. Este año obtuvo el galardón de literatura infantil del Ministerio de Cultura, que también lleva el nombre de Changmarín, en poesía, premio que fue entregado el viernes 18 de octubre.

La artista panameña Martanoemí Noriega: jugar para conocer y disfrutar la lectura

Por estos días trabaja en un documental sobre Esther María Osses, en el que busca reinterpretar y rendir homenaje a su forma de trabajar como maestra y poeta, para ello se ha trasladado a filmar en las comarcas.

Radicada en Grecia, Martanoemí habla en esta entrevista, vía online, sobre su premio y la literatura infantil.


Martanoemí, ¿cómo desarrollaste tu faceta de escritora?

De niña, empecé a escribir en los talleres de Hena González de Zachrisson (1933-2022), que era una maestra increíble. Yo amaba esos talleres. Luego dejé de escribir y, aunque hice varios intentos por retomar la escritura, no lograba terminar los cuentos que comenzaba. Los mostraba a pocas personas; los tenía ahí, como algo que quisiera hacer algún día. Uno de esos pocos gatos que leían mis cuentos era Lil María Herrera. Un día, ella me contactó por el libro Citadina sin Bambalinas, y claro que quería ilustrar ahí, pero me dijo: “Te estoy llamando para que escribas, porque son muchos cuentos”. Al principio, dije que no.


¿Cómo te convenció?

Eran muchas historias (80). Ella iba a invitar a Consuelo Tomás, y cómo iba yo a escribir al lado de ellas. Lil me insistía en que necesitaba repartir la carga. Además, me dijo: “Inténtalo, y si escribes algo que no te gusta o no te sientes cómoda, lo dejas”. Pero lo disfruté muchísimo. Lo hicimos a cuatro manos. [El libro se hizo por los 500 años de Panamá y reunía, en forma de cuento, la vida de panameñas que contribuyeron a la historia del país].


¿Hiciste los cuentos con Lil a cuatro manos?

Sí, a veces empezaba yo y terminaba ella. Por eso no están señalizados quién escribió qué. Me divertí mucho.


¿Y cuándo empezaste a participar en los concursos?

Participé en el concurso Changmarín con un cuento que logré terminar, pero perdí. Luego le escribí a una de las jurados porque quería retroalimentación sobre mi cuento, y esta jurado me dijo algo que me descolocó: que mi texto no seguía los lineamientos de la literatura infantil. A mí me gusta mucho la literatura infantil; nunca he dejado de leerla. A raíz de su comentario, me metí en un taller para descubrir esos parámetros.


¿Y los descubriste?

Bueno, ya he tomado varios talleres y entendí que mi cuento tenía muchas cosas que no estaban bien; había mucho que seguir trabajando. No descubrí los parámetros que mencionaba la jurado, quizás me lo dijo para salir del paso, pero sí descubrí un montón de cosas más y conocí a mucha gente que está escribiendo para el lector infantil de un modo menos tradicional. Me encantó tomar esos talleres porque conocí a muchas personas.

Luego gané el concurso municipal Changmarín en 2022 y ahora el concurso del Ministerio de Cultura en poesía. He quedado encantada con ese mundo y he seguido escribiendo.

La artista panameña Martanoemí Noriega: jugar para conocer y disfrutar la lectura

Martanoemí Noriega junto a un grupo de niños durante la grabación de su documental sobre Esther María Osses.


¿Cómo se da este poemario ganador El Patacón con patas?

Desde hace tiempo quería escribir poemas. Finalmente, el año pasado comencé con este poemario. A raíz de los talleres con la señora Hena, siempre me llamó la atención aquellas palabras que tienen una percusión, que al pronunciarlas suenan como un tambor; “patacón” es una de esas palabras. Empecé a experimentar con el sonido de la palabra. Los niños son un público que juega con las palabras, por eso les gustan tanto los trabalenguas.


¿Y así salió el poema?

Traté de empezar con El Patacón con patas, pero no fluyó al principio. Como tenía otras ideas para otros poemas, seguí por ese camino. Esos poemas están en la segunda parte. Cuando estuvieron listos, volví a intentar con el protagonista del poemario y comenzó a fluir mejor, con aventuras distintas y episodios variados. Quizás todo el libro pudo haber sido sobre él, pero los otros poemas también son muy musicales y no están tan distantes de la energía de El Patacón con patas.


Al ser dibujante e ilustradora, ¿te imaginas a tus personajes como dibujos antes de escribirlos?

Sí, muchas veces parto de imágenes, de ilustraciones. Tengo un poema que se llama La inofensible, que nace de la imagen de la palabra, como una cosa sólida que uno puede rechazar, pisar o aplastar. Lo primero que me viene a la cabeza es esta ilustración.


¿Ilustras siempre tus libros?

Sí, pero para este poemario en particular, hice un taller con el colectivo Ingueto, compuesto en su mayoría por mujeres, que reúne a aproximadamente 40 niños de Curundú. Les dimos el poema y propusimos actividades, entre las cuales estaba ilustrar el poemario. Voy a tomar esos dibujos que hicieron y hacer una colaboración con ellos. En entrevistas, hablaron sobre el poema. No quería que me dijeran lo que aprendieron, sino que me dijeran honestamente qué les gustó o qué les aburrió.

La artista panameña Martanoemí Noriega: jugar para conocer y disfrutar la lectura

Fotos. Fernando Rodríguez


Persiste la idea de que la literatura infantil tiene que tener una moraleja. ¿Cómo enfrentas estas ideas?

Lo principal es el disfrute de la lectura. El juego es la manera natural en que en la infancia conocemos el mundo. No se trata de responder cuántos pétalos tenía la rosa que encontró El Principito en el desierto, una pregunta que me hicieron en un examen. Yo trato de escribir desde el disfrute, desde la risa de quien lo lee y la mía. Creo que es la manera más honesta en la que puedo trabajar. El juego es una necesidad fundamental del ser humano, y eso permea todo mi trabajo.

Volver a escribir con Lil en Citadinas me llevó nuevamente a ese juego de los talleres de la señora Hena. Espero que eso se sienta también en el poemario.


Pero para algunos sigue siendo importante que los niños aprendan ‘algo’ al leer

Todos sacamos nuestro aprendizaje de lo que leemos. Los adultos no leen una novela ni un poemario porque quieren aprender. Lo hacen porque quieren disfrutar, tener un momento con esa historia, transportarse. Creo que la experiencia de los niños y las niñas debe ser igual: leer un libro porque quieren disfrutar de ese momento. Si un niño lee un poema y dice “¡Hoy cuánto me reí!”, eso ya es un triunfo.

Ahora el poema compite con videojuegos que iluminan, cambian de color y tienen música. Estos son solo letras en un papel, y que alguien lo lea y pida “léemelo de nuevo” es un triunfo. Creo que es un triunfo más grande que nunca.


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