Dos panameñas construyen y dan significado al novedoso término ‘diablorrojístico’. Son Mónica Guardia y Julia Regales quienes se tomaron el trabajo de recolectar y armar un libro dedicado al arte inherente al único transporte que reflejó la identidad panameña dentro de la cotidianidad urbana. Lo bautizaron Diablos Rojos Forever.
La investigación sobre los llamados “diablos rojos”, buses de maquinaria potente y colorida decoración, comenzó en un momento incierto. Era 2012, el gobierno anunciaba que en 12 meses, por fin, se desharía del dolor de cabeza que representaba haber dejado el transporte por décadas en manos de un grupo de ciudadanos. El plan: reducir a chatarras los “diablos rojos” para abrir paso a un nuevo orden en el sistema de transporte.
El progreso se presentaba en el horizonte y auguraba también la extinción de un arte presente y poco valorado: el de la pintura y la poesía popular. A Regales y Guardia se les ocurrió documentarlo. La primera tenía a su favor los conocimientos en psicología y experiencia en impresión de textos; la segunda, su fuerte para la investigación como periodista y escritora.
Para dar significado a los exuberantes parajes, dioses mitológicos y religiosos, y frases pintadas en la estructura interna y externa de los “diablos rojos”, tomaron como guía los arquetipos del psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, pupilo de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis. “Encontramos contenidos psíquicos inconscientes y comunes a todos, con orígenes basados en la experiencia colectiva”, fundamenta Regales. “El ‘diablo rojo’ se fue convirtiendo en parte del alma del barrio urbano y su arte en el lujo de esa clase social, desvelando éxitos y fracasos, lo bueno, lo malo, las luchas, las alegrías, gustos y religiosidad”, enumera la psicóloga.
La búsqueda
Mónica Guardia y Julia Regales, las doctoras en ‘diablos rojos’
Guardia se familiarizó con los buses (máquinas escolares traídas de Estados Unidos, empleadas en el transporte en Panamá desde 1973) mayormente durante su etapa juvenil, cuando se convirtió en usuaria para ir y regresar del colegio. “Como toda persona de clase media… luego pude comprarme mi carrito”, relata, pero volvió a subirse en los “diablos rojos” circulantes por lo menos en su último año de funcionamiento, en parte con el propósito concienzudo de indagar sobre aspectos visuales y estudiarlos con profundidad.
Colgada de su cuello cargaba su cámara fotográfica. “Si iba acompañada de mi esposo y este conducía el auto le decía ‘¡espérate, espérate!”. Se bajaba rauda, aprovechando el tranque, para fotografiar los detalles “diablorrojísticos”, los mismos que diariamente pasaban desapercibidos como obras de arte por los usuarios, que veían los buses tan solo como un objeto empleado para el desplazamiento de un punto a otro de la ciudad.
Como resultado juntaron mil fotografías. Por más clasificaciones que hicieron no pudieron incluirlas completamente en el libro de 206 páginas. Recopilaron un listado con 800 refranes o “pregones”, que dan cuenta de la “sabiduría popular, jocosa y picaresca del panameño”, añade Guardia. Puede parecer tardía la publicación de Diablos Rojos Forever, pero la exigencia de ambas autoras por lograr la alta calidad en la impresión fue motivo de postergaciones que aprovecharon, sin dudar, para ir inventariando, revisando cuanta bibliografía existiera acerca de ellos.
En ocasiones se fueron a las piqueras de los buses a recoger testimonios de los choferes, secretarios (pavos), los pintores de buses, o los “rabipanas”, como las autoras llamaron al conglomerado de conocedores de la cultura urbana de los barrios populares y entendidos de la función de los “diablos rojos”. Hubo conceptos a los que las autoras debieron darle un resignificado o una ampliación al estilo panameño, para lo cual elaboraron un diccionario con 54 palabras necesarias para la comprensión del texto, dispuesto en las páginas finales de Diablos Rojos Forever.
Mónica Guardia y Julia Regales, las doctoras en ‘diablos rojos’
Aprendizajes
Guardia estudió sobre sistemas de transporte en el mundo y su interacción con el arte. Encontró prácticas similares a las que ocurrieron en Panamá en Oriente, así como en Haití, México y Surinam. Las partes de los autobuses públicos eran usadas como lienzo “en un intento por humanizar a la máquina, arrancarles su frío aspecto”, argumenta. Es el llamado arte utilitario, el que decora objetos de uso cotidiano, desmenuza la escritora. “En las ciudades de Estados Unidos el transporte lleva impresa la publicidad, sin embargo, la diferencia está en que cuando la unidad es de propiedad de una persona, llámese pequeño empresario, este tiene mayor libertad para hacer decoraciones que reflejan la idiosincrasia de su pueblo”, explica.
Ambas escritoras analizaron el papel de la mujer ante los ojos de los artistas. Se decepcionaron. Encontraron una fractura en cómo era percibida la dama en la sociedad o al menos entre este grupo de personas (rabipanas) de barrios periféricos, que disponían de cierta licencia para mostrar sus pensamientos, de forma no convencional, a un gran número de seguidores, a sus pasajeros.
La mujer era musa y al mismo tiempo vista como objeto de consumo. Estaba claro también entre colegas conductores que tenía sentido llevar música estridente dentro de la unidad, así como elementos llamativos. Esto representaría la atracción de más pasajeros interesados en abordar el vehículo colectivo y, por tanto, mayores ganancias. “Se dejaba notar el temor del hombre hacia la mujer por ser tentación”. Guardia se acuerda de inmediato de aquella pintura: una mujer en biquini custodiada por unos canes gruñones.
Lo utilitario, sin embargo, las autoras lo atribuyen también a lo religioso. Creen que en los retratos de Jesucristo o la Virgen María, el ciudadano de a pie o los otros conductores particulares podían recurrir a su lado espiritual: clamar ayuda o elevar una plegaria en medio del tráfico. En otras pinturas se veían guerreros con rostros hoscos, que lograban empoderar de manera inconsciente a los hombres con un mensaje de “soy fuerte”, “sigo en la lucha”. Dosis de inspiración transmitidas por los buses, tras dejar sus rastros de espeso esmog en las calles, y entonces, así, cada quien continuaba con su faena.
Las escritoras lamentan la desaparición de la expresión de arte popular que se dio en su mayoría con la extinción de los “diablos rojos”. Aunque muy distante de las galerías, era “un arte que emanaba del pueblo para el pueblo”. El artista no procedente de una academia formal tenía oportunidad de cobrar por su dibujo, exponer, ser visto por un público. “Una manifestación artística panameña muy exitosa”, concluyen.