Todo sucedió en bodas. Así resumen Irene y Javier el modo en el que sus caminos se fueron cruzando desde hace poco más de diez años.
Tres semanas después de celebrar su matrimonio, en el primer sábado del año, entrevistamos a los recién casados que protagonizan la portada de esta edición de San Valentín.
Irene Núñez ha sido hotelera, bailarina, modelo y reina de belleza. También ha sido seis veces portada de Ellas. Es hija de una capitalina y un veragüense. “Por eso siempre representé a Veraguas en los concursos”, cuenta . Bajo su proyecto llamado IN, donde une temas de autoliderazgo y asesoría de imagen personal, dicta conferencias y talleres con herramientas que promueven la seguridad y la proyección en la mujer.
Javier es ingeniero eléctrico. Forma parte de la organización Abou Saad Shriners, que ayuda a niños con discapacidades ortopédicas o con quemaduras.
Un amor de boda en boda: la historia de Irene Núñez y su esposo Javier Gadpaille
La primera vez que se vieron fue en la boda de un primo de él. “Qué niña más linda”, recuerda haber pensado al verla. A ella le pareció que era muy guapo. En esa ocasión apenas interactuaron.
Alrededor de ocho años pasaron desde esa boda para que se volvieran a encontrar. En ese lapso, Irene participó en concursos de bellezas. Representó a Panamá en el certamen Miss Turismo Internacional 2009, en Malasia; y en 2011 viajó a Londres a participar en Miss Mundo.
En 2015, año en el que la modelo y bailarina concursó en Dancing with the Stars, de TVN, comenzaron a verse más seguido gracias a una amistad en común. “Ese verano nos topamos en el Macrofest. Ahí hablamos un poco más y la felicité por estar en el programa”, recuerda él. Irene ganó esa temporada del show.
Coincidieron en un matrimonio civil a finales de ese año. Luego en otra boda en enero. “Estaba preparando una coreografía para esa boda, y en una ocasión me enseñan una foto. Me dijeron que me iban a presentar a uno de los muchachos de la foto, a un amigo de él. Había 20 personas en esa imagen, pero a mí me gustó Javier. Lo señalé y dije: “quiero que me lo presenten a él”, relata Irene. “En esa boda no nos despegamos y fuimos a desayunar juntos al Ejecutivo”, y desde entonces no se han separado, comenta Javier.
Poco después, en otra boda, le pidió que fuera su novia.
Un amor de boda en boda: la historia de Irene Núñez y su esposo Javier Gadpaille
Un amor de boda en boda: la historia de Irene Núñez y su esposo Javier Gadpaille
¿Comprometidos en una revisión de aeropuerto?
Luego de tres años de noviazgo, la pareja se comprometió en marzo de 2019 en Washington D.C. En ese momento, Irene no sospechaba que su novio le pediría que se casaran “porque en varias ocasiones había pensado que sucedería y no fue así”.
Una de esas veces fue durante un paseo a Taboga. Ella estaba esperando el anillo de compromiso. Cuando vio que el día culminaba y nada ocurría “empecé a llorar. Le preguntaba que si no me iba a pedir la mano”, recuerda ella con una sonrisa, apenada. “Cuando quiere algo, lo visualiza tanto que si no lo materializa, se pone intensa”, explica Javier. “Yo comía, tomaba vino y lloraba”, agrega Irene a la anécdota que ahora le resulta divertida.
En verano de 2019 viajaron a Washington a visitar a un amigo. El anillo ya iba en el equipaje de Javier. “Pero ese día en el aeropuerto me seleccionaron para una segunda revisión. Sacaron todo lo que llevaba en la maleta. Irene estaba a mi lado, sin separarse. En mi equipaje de mano iba la caja del anillo. Por suerte la oficial no lo abrió; si lo hacía, iba a tener que pedirle que no sacara lo que llevaba en esa bolsa o arrodillarme ahí mismo, en pleno aeropuerto”.
El plan de Javier era hacer la propuesta en la nieve, pero no nevó durante su estancia en esa ciudad. “Yo sí lo notaba un poco desesperado por que nevara y eso me pareció raro”.
Se comprometieron en la sala de la casa del amigo de Irene. Fue el mismo lugar donde años atrás, a principio de la relación, ella le contó por primera vez a su amigo sobre Javier.
Desde ese momento empezaron a planear la boda por la iglesia.
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Recién casados entre polleras congo
Se casaron hace un mes en la Iglesia de La Merced en Casco Antiguo. “Siempre supe que me iba a casar por la iglesia”, asegura él. “He visto que muchos novios dudan respecto a eso. Para mí era algo obvio”.
Javier llegó a la iglesia junto a sus best man manejando scooter. A Irene no le emocionaba esa idea. “Estaba estresada. Le dije que si se rompía la pata, ¡así mismo nos casábamos!”, afirma.
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El tema de la celebración era tropical. “Nos llamaban para preguntar si había que ir en guayabera. La gente también pensaba que los iban a grabar o a entrevistar para televisión o algo, pero no. Aunque no fue una boda tan pequeña (200 personas), fue íntima, con nuestras familias y amigos”, explica Irene.
Los recién casados salieron de la iglesia acompañados de empolleradas y música congo. A Irene se le ocurrió recrear este momento luego de ver fotos de una boda en Cartagena, donde unas bailarinas con polleras blancas acompañaban a los novios a la salida de la ceremonia religiosa. “Pensé que salir de la iglesia, en comparsa con los invitados, en horas de la tarde y con los colores de la pollera congo, se vería fabuloso. Además, haría homenaje a parte de la familia de Javier que es de la provincia de Colón”. Seguidos por sus familiares y amigos, los novios bailaron por las calles de Casco Antiguo hasta el lugar de la recepción, situada muy cerca de la iglesia.
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Sin un vestido soñado
“Yo no tenía en mi mente un vestido ideal. Como había modelado muchos trajes de novia, ya tenía una idea de qué me quedaba mejor”. Irene acudió a tres tiendas antes de encontrarlo. “En el primer lugar que fui no me gustó el trato; en el segundo, o hacía la boda o compraba el vestido, era muy caro; en el tercero, apenas entré lo vi y dije que ese era el elegido. Me probé cuatro más pero ese fue”.
Ella lo define como un tutú largo. “Quería un vestido cómodo, porque quería bailar. Cuando me lo probé me iba al piso bailando para ver qué tan cómodo era. Nunca tuve un momento de incomodidad en mi boda”.
A diferencia de muchas novias que van acompañadas a elegir su traje de bodas, Irene decidió ir sola. “Como trabajo independiente, a la hora que yo podía ir, los demás no. Tampoco quería que nadie me dijera que los trajes no les gustaban y demás. Soy bastante territorial. Dije: ‘es mi vestido, es mi día, así que sola lo elijo’. En la tienda me miraban como raro por ir sola”.
“El día de la boda, cuando vi que las puertas de la iglesia se abrieron y ella apareció vestida de novia, empecé a llorar. No me podía contener, trataba de mantenerme fuerte y no pude” , recuerda Javier.
‘That’s the one’
Irene supo que Javier era el indicado a medida que la relación avanzaba. “Sé que va a sonar cheesy, pero creo que cuando conoces a la persona que es, hay algo en ti que sientes diferente. Sabía que era él, por su trato y por cómo era la relación; lo que no sabía era cuándo me iba a pedir la mano, ya me estaba desesperando”, relata de manera jocosa. “Eso que sientes con alguien que te hace decir thats the one, es real. Al menos para quienes realmente lo han pedido”.
En sus redes, ella lo llama #ElKen. “Desde muy niña pedí que me compraran un muñeco Ken negro. Fue desde que vi que mi tía, muy blanca, se casó con su esposo, que era afrodescendiente. Recuerdo que le dije a mi abuela: “yo me voy a casar de blanco, pero no con un negro’. Ella debe estar riéndose de mí desde el cielo. Después de que mis abuelos me buscaron el muñeco por muchos años, mi mamá lo consiguió. Fue antes de conocerlo (fue hasta adulta que le dieron el muñeco). En mis redes muchos lo conocen como el Ken. Hasta tiene su hashtag”.
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