Nido.org era el nombre de un foro chileno donde se compartían, sin consentimiento, fotos íntimas de mujeres y sus datos personales. Miles de usuarios anónimos subían este contenido con la intención de acosar y amenazar a mujeres eran agredidas. Y no era el único sitio en hacerlo. Las muchas denuncias, en 2019, sobre este sitió enfrentó a las autoridades chilenas al acoso digital, que no estaba tipificado como delito.

“La violencia en línea no solo es real, sino que puede tener repercusiones profundas en la vida física y emocional de las personas”, explica Karen Vergara periodista e investigadora chilena. En 2018, Vergara cofundó Amaranta, una organización en el sur de Chile que investigan específicamente las violencias digitales y diseñan estrategias para visibilizarla.

A mediados del año 2024 Chile aprobó una ley de violencia digital. Durante una visita a Panamá, Vergara conversó sobre su experiencia en crear conciencia sobre este tema, que también es relevante en Panamá.

—¿Cómo surgió la idea de visibilizar la violencia digital y cuál fue la clave para lograrlo?

—Hasta hace cinco años [el tema] era casi inexistente en Chile y no había información al respecto; muchas personas creían que era un problema que se resolvía “apagando la computadora”. Incluso, en un caso de violencia digital, la ministra de la Mujer de esa época sugirió poner las cuentas de Instagram en privado, como si eso resolviera el problema, especialmente cuando el agresor puede ser una expareja que ya tiene acceso a tu contenido.

Nos enfocamos en aprovechar noticias relevantes sobre la temática. Por ejemplo, cuando explotó el caso de Nido, un foro misógino en el que se compartían fotos y comentarios denigrantes sobre mujeres, intentamos usar esa noticia para visibilizar la gravedad de la violencia digital y sus consecuencias en la vida real.

¿Qué impacto esperaban lograr con estos esfuerzos de visibilización?

—Mostrar que ese este tipo de violencia no se queda en el ámbito digital; tiene repercusiones físicas y emocionales. Para entenderlo mejor, realizamos una encuesta digital para identificar cómo operaba la violencia digital en Chile y obtuvimos respuestas de unas 600 mujeres. Muchas no reconocían inicialmente que habían sufrido violencia digital, pero al incluir definiciones y ejemplos en la encuesta, ese porcentaje aumentó mucho.

—¿Hubo algún hallazgo importante en esa encuesta?

—Sí, cuando el agresor era alguien cercano, como una expareja o un familiar, a las mujeres les resultaba más difícil identificarlo como violencia digital. La mayoría de los estudios iniciales en Chile se centraban en mujeres políticas, pero quisimos incluir a aquellas en roles de liderazgo vecinal. Entendemos que internet es ahora el espacio público y que muchas mujeres se ven inhibidas de participar por el temor a ser juzgadas o atacadas de una manera que no enfrentarían los hombres.

—Hablaste de la importancia de la educación sexual integral en estos temas. ¿Por qué es tan crucial?

—Es fundamental. En Amaranta, trabajamos para que las mujeres no abandonen internet. Al hablar de violencia digital sexual, se carga la responsabilidad en las víctimas. Creemos que la solución no es decir a las mujeres que no suban fotos o no las compartan; eso solo perpetúa el problema y desplaza la culpa hacia ellas. Por eso, en Chile abogamos por una educación sexual integral y no sexista. Mientras el morbo se focalice en el cuerpo de las mujeres, ellas seguirán siendo las principales víctimas.

¿Podrías darnos un ejemplo de una campaña educativa original que hayan creado en Amaranta para abordar la violencia digital?

—Una de nuestras campañas más destacadas fue la llamada “Digital es Real”. Para esta campaña, creamos material visual atractivo y accesible, evitamos imágenes de miedo o terror y, en su lugar, nos enfocamos en una narrativa que ayudara a comprender el impacto real de la violencia en línea. Además, la campaña incluía datos de encuestas y estudios que realizamos en Chile sobre violencia digital, lo que le dio mayor peso y ayudó a la audiencia a ver la urgencia del tema.

—¿Cómo abordan o dirigen campañas a públicos que pueden ser más resistentes o conservadores?

—Para nosotros, es clave enfocarnos en temas de salud mental y en los efectos que la violencia digital tiene en los jóvenes y sus familias. Sabemos que muchos padres y madres son conservadores y ven estos temas con desconfianza, especialmente cuando hablamos de educación sexual integral y una educación no sexista, que son elementos esenciales para prevenir la violencia digital. Explicamos que prohibir el uso de redes sociales o imponer restricciones extremas puede ser contraproducente, ya que muchas veces lo prohibido se vuelve más atractivo, especialmente en la adolescencia.

Un enfoque prohibitivo no funciona; por eso tratamos de trabajar desde la educación, y no desde el miedo o la censura. Con este público, buscamos transmitir que la violencia digital no solo afecta a desconocidos, sino que puede involucrar directamente a sus hijos o hijas, y que entender estos temas es crucial para protegerlos de manera efectiva.

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