Durante la pandemia por Covid-19 me he mantenido en mi casa aún cuando no hay cuarentena obligatoria. Paso mi tiempo con un constante paseo del cuarto a la sala y de la sala a la cocina, que se repite hora tras hora, día tras día.
En noviembre, a punto de finalizar el año universitario en curso, visité a la familia de mi novio para armar el arbolito de Navidad. Pasamos un día bastante divertido y diferente: después de tanto tiempo encerrada, se sentía bien pasar un rato distinto.
Todo cambió a los pocos días. El martes 24 de noviembre, la tía de mi novio, quien vive con él, amaneció con alergia, “debe ser el polvillo de los arreglos navideños”, pensamos. Su tía es asmática, por lo que no nos impresionó mucho que hubiese amanecido así.
Para descartar cualquier cosa y asegurarse de que todo estaba bien decidió hacerse una prueba de coronavirus. Este es un virus que te infunde tanto miedo, que te aterra incluso el hecho de hacerte una prueba. La ansiedad a la espera de los resultados (que suelen dártelos entre 24 y 48 horas) te pone las manos a sudar y a pensar en cuál será el siguiente paso.
Al día siguiente: positiva. Ese fue el resultado de la tía. Al recibir el mensaje de parte de mi novio, el corazón se me hundió, mi garganta tenía un nudo y mi cabeza, una bomba a punto de explotar. De verdad que es un virus silencioso.
Yo me había aislado en mi cuarto desde antes, por temas de precaución. Le escribí a mi familia comentándoles la situación y esperando recibir sus consejos. Desde ese día, me llevaban la comida y la dejaban afuera para yo tomarla.
El virus demora unos cuatro días de incubación. Por recomendación de mi médico, esperé al jueves 26 para hacerme la prueba. La noche previa al examen no logré dormir. Una vez más, la ansiedad se apoderaba de mi cuerpo. Me levanté de la cama a las 6:00 a.m. y salí de mi cuarto con mascarilla para que mi madre me trasladara al Hospital Nacional, que tiene la prueba de PCR más económica del mercado ($90). Ella manejaba y yo iba en la parte de atrás del lado contrario.
A las 8:00 a.m. entro al Triage Respiratorio, un cubículo dedicado a las pruebas para Covid. El examen, a diferencia de la fama que se le ha dado, no duele y, hecho por la persona correcta, tampoco molesta. Para la prueba te hacen una muestra de la parte trasera de la nariz, además, también te toman una muestra en la garganta. Me comentaron que los resultados me los entregarían dentro de 24 horas. Para mi fortuna, me dijeron que probablemente sería el mismo día.
Regresé a mi casa y empecé a tener el dolor de cabeza más grave que he tenido en mi vida. En mi mente, era por no haber dormido la noche anterior; posteriormente enteraría que ese sería el primer síntoma. Me acosté a dormir, aunque sea un par de horas, con la esperanza de sentirme mejor al despertar.
Me desperté y me conecté a mis clases en línea del día. Se aproximaba la semana de finales y mi dolor de cabeza no había mejorado en lo más mínimo. A las 5:00 p.m. de ese día recibí en mi correo los resultados: “Detectado”. Le escribí a mi familia mis resultados, me llevaron la cena a la puerta del cuarto y me preparé psicológicamente para estar en mi habitación por los próximos 14 días.
La llamada al Minsa
Mi novio ya me había explicado un poco cómo funcionaba el proceso. Mientras yo me realizaba la prueba en el hospital, a su casa había ido personal del Ministerio de Salud (Minsa) a realizarles las pruebas a los demás miembros del hogar.
La noche del jueves 26 de noviembre, después de leer mi resultado, me comuniqué con el 169, la línea habilitada para información sobre el Covid. Les informé que era una persona positiva, me tomaron mis datos, los datos de las otras tres personas que viven conmigo y me preguntaron que si deseaba el kit de alimentos y medicina; les dije que sí. “Perfecto, dentro de poco la estarán contactando”, me comentaron.
El viernes 27 esperé que el Minsa se comunicara conmigo. El mismo día, en casa de mi novio, le llegaron los resultados de las pruebas a las demás personas: todas positivas, mientras que mi novio no recibía respuesta de la suya.
24 horas después de anunciar mi resultado, no había recibido ninguna llamada. Volví a llamar, y me tomaron los datos una segunda vez.
Para el sábado recibí una llamada sobre las bolsas de comida. Como vivimos en edificio, las personas se encargaron de subir las bolsas y dejarlas afuera de nuestra puerta. Recibimos bastantes cosas, al menos, así me lo cuenta mi madre, ya que yo permanecía en mi cuarto durante este tiempo.
Junto con la comida, llegó mi kit de medicamentos: Panadol, un complejo de vitamina B e hidroxocloroquina (la cual te dicen que bebas bajo tu propio riesgo – no la tomé).
El domingo 29 (tres días después de mi llamada al 169) finalmente el Minsa se aproximó a nuestra casa y le realizó la prueba a mis padres y a mi hermano. Les dijeron que los resultados estarían listos entre 24 y 48 horas.
La cuarentena
Panamá ha sido uno de los países con cuarentenas más estrictas. Una vez que eres positivo, de inmediato aparece en el código de barras de tu cédula. Si te agarran en la calle y eres un caso positivo, puedes recibir una multa bastante alta. Las personas que viven contigo, aún cuando su prueba sea negativa, también deben permanecer en casa a lo largo de tu cuarentena.
Ese primer fin de semana las novedades fueron las bolsas de comida y las pruebas. Mi síntoma principal seguía siendo dolor de cabeza. Además, amanecía con dolores de garganta, que desaparecían al poco tiempo de despertarme. Los olores los sentía más suaves, pero los sentía.
En la mañana del lunes 30 de noviembre, mientras me lavaba la cara, no sentí el olor característico de mi jabón. Había perdido el olfato. Salí de mi cuarto y me apliqué mi crema corporal: sin olor. Perfume: sin olor. Alcohol, “el alcohol de seguro sí lo siento”, pensé: sin olor.
Me llevaron el desayuno y no tenía gusto; todo me sabía salado, dulce, amargo o ácido. Lograba distinguir uno de otro, pero no lograba distinguir sabores particulares. Todas las comidas me sabían a lo mismo.
A los tres días lo recuperé. Sin embargo, ciertos alimentos o productos me sabían distinto. La crema dental no tenía su característico sabor mentolado y el kétchup sabía más a vinagre que a tomates.
La prueba de mi hermano resultó negativa el 2 de diciembre (72 horas después de la prueba). De las pruebas de mis padres nunca supimos: “desaparecieron”. Nadie nos dio respuesta.
Encerrada en mis cuatro paredes, pasaba mis días y noches con las ventanas abiertas, esperando ventilar lo que más pudiese mi cuarto. Los días se volvieron muy similares: recibía el desayuno, comía; recibía el almuerzo, comía; recibía la cena, comía y a dormir.
Lo que aprendes del Covid-19
El 10 de diciembre me dieron de alta con mi certificado del Minsa. Durante mi tiempo de encierro, jamás recibí una llamada o un mensaje de parte de ellos para notificar el avance del virus en mi cuerpo.
No tuve fiebre, tampoco tos o falta de oxígeno. Me di cuenta de que el virus es una ruleta rusa y te toca como a él le de la gana.
Mi novio salió negativo, a pesar de haber compartido la mayoría del tiempo con él el día que me contagié (literalmente no sabes si te va a tocar).
Mis padres se hicieron la prueba de anticuerpos con un laboratorio privado para descartar que hubieran tenido el virus. Salieron negativos y fue la única manera que tuvimos de comprobar que, efectivamente, no habían sido contagiados.
El Minsa no te repite la prueba; simplemente te dan el certificado de cuarentena y ya. Por sentirme segura conmigo misma y las demás personas a mi alrededor, permanecí en cuarentena hasta el 14 de diciembre y me hice una prueba de antígenos, la cual salió negativa.
Hoy reflexiono ante la situación y le temo al virus más que nunca: la gente piensa que tienes una especie de inmunidad por un tiempo después de haber estado contagiada, pero yo no me confío. Aunque pocos casos se registran de que te repita, una segunda vuelta del virus podría ser más suave o peor que la anterior. Este virus es mortal silencioso, yo simplemente tuve suerte.
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