Hasta luego querido Ken.

Sabemos que todo lo que nace debe morir. Es una dura ley de la vida, pero es la ley. Cuando la muerte se lleva a nuestros seres queridos de avanzada edad, el inmenso dolor de la pérdida es dulcemente llevado por la certeza que vivió hasta agotar el último segundo de su reloj vital. Pero cuando la muerte acude para llevarse brutalmente a una vida joven, llena de potencial y talento, el inmenso dolor de la pérdida es más duro de aceptar. La impotencia y la rabia se mezclan en un vaivén que mece el corazón sin compasión.

Conocí a Ken Karasawa cuando fue mi estudiante en el estudio de arte que abrimos por allá en el año 1994. Era un niño precioso, con su espectacular acento español (de su mamá) y con su hermosa apariencia oriental (papá japonés). Divertido y alegre, adoraba sus clases de pintura. Apoyamos su talento que su mamá descubrió. Qué orgullo verlo graduado de la Parson’s School of Design. Adoramos su trabajo en la revista K.

Hace menos de una semana hablamos que durante la pandemia retomó los pinceles, planeaba algo nuevo e interesante en su vida. Y hoy recibo el golpe de la noticia de su desaparición física. Acompaño a sus amorosos padres y amigos cercanos en su profundo dolor. Los abrazo en la distancia deseando que el consuelo los cubra, que solo el eterno amor a Ken llene sus corazones, que los recuerdos permanezcan para siempre.