Ha pasado más de medio siglo desde que la primera mujer viajara al espacio. Valentina Tereshkova fue seleccionada entre más de 400 solicitantes para su lanzamiento en la misión Vostok 6 el 16 de junio de 1963, dos años después del primer vuelo al espacio. Hubo que esperar casi 20 años para encontrar la segunda astronauta en emprender una aventura espacial, la rusa Svetlana Savitskaya.
La búsqueda de mujeres astronautas comenzó en 1961 en plena Guerra Fría. Los rumores de que los estadounidenses estaban planeando llevar a una mujer al espacio puso nerviosos a los rusos, quienes no podían permitir esa afrenta en la carrera espacial. La cosmonauta soviética abrió un camino hasta entonces vetado para las mujeres. Un hito en la historia que no estuvo falto de hostilidades por parte de sus colegas varones y de sueños rotos injustamente.
La conquista femenina del espacio
Uno de los ejemplos más indignantes tuvo lugar en Estados Unidos, donde había calado el debate tras la puesta en órbita de Tereshkova. En esa década, solo el 25% de las mujeres trabajaba fuera del hogar. Sin permiso de sus maridos ellas no podían obtener un préstamo del banco, comprar una propiedad y mucho menos pertenecer a ningún servicio de vuelos militares en conjunto. La posibilidad de enviar a una mujer en lugar de un hombre al espacio era completamente radical. Y había que demostrar científicamente su valía para realizar estos arriesgados vuelos espaciales.
El encargado de supervisar las pruebas físicas fue William R. Lovelace, un cirujano y fisiólogo de aeromédica que durante años desarrolló la máscara de gran altura para suministrar el oxígeno a los pilotos durante el vuelo. El médico constituyó con fondos privados un programa secreto llamado Mercurio 13, en el que se inscribieron 19 mujeres, provenientes en su mayoría de las escuelas de vuelo. A todas ellas se les hizo un examen exhaustivo que incluía duras pruebas como la ingestión de sondas nasogástricas para poder comprobar los ácidos del estómago, el análisis de sus reflejos en el nervio cubital mediante descargas eléctricas o la introducción de chorros de agua helada en las partes internas del oído para comprobar el vértigo. También les efectuaron una prueba de aislamiento en un tanque de agua, completamente a oscuras, para determinar sus aptitudes psicológicas. Un completo infierno. “Podemos decir que ciertas cualidades de las pilotos espaciales femeninas son preferibles a las de sus compañeros masculinos”, aseguró tras los agotadores ensayos, que solo pasaron 13 de las 19 candidatas iniciales. Pero fue un diagnóstico estéril.
La conquista femenina del espacio
La alta política estadounidense tomó cartas en el asunto y zanjó de un plumazo los sueños de estas mujeres, quienes en muchos casos habían superado las capacidades físicas de los hombres. “Paremos esto ya”, escribió de su puño y letra el vicepresidente Lyndon Johnson en un telegrama con el que se canceló el programa.
La historia las bautizó como las Mercury 13. La plataforma Netflix recoge su historia en un documental que se estrenó en abril.
Queda mucho para poder afirmar que la igualdad ha conquistado plenamente el espacio. De momento, las mujeres representan solo el 11% de los más de 550 astronautas totales, pero su proporción no deja de crecer. El 2013 fue un año clave para la paridad de sexos: una promoción de nuevos astronautas de la NASA estaba por primera vez compuesta 50% por hombres y 50% por mujeres.