Un ortopeda que acompañó a un paciente al que le salvó la mano de regreso a la India; Un oncólogo que invitó a su joven hija a ver cómo era el trabajo en la consulta; un ginecóloco que enseñó a hablar con sencillez a sus pacientes. Estos son algunos de los doctores, cuyas historias cuentan sus hijas.
‘Había agradecimiento en esos saludos’
La oftalmóloga Rosalía Margarita Báez, hija del ortopeda Donaldo Baéz
A cualquier hora le tocaba salir de casa para trabajar, pero nunca parecía cansado. De niña, Rosalía Baéz recuerda a su papá, el ortopeda Donaldo Báez, siempre ocupado, pero de buen genio y con una sonrisa al volver a casa.
En las calles de Changuinola, y luego en las de David, frecuentemente era reconocido. “Había agradecimiento en esos saludos”, cuenta la hija, quien al crecer se convirtió en oftalmóloga.
Siendo ella muy niña, rememora, hubo un gran accidente: la compuerta de un barco bananero se cerró y un tripulante, extranjero, quedó con el brazo casi amputado. El dr. Báez logró salvarle el brazo y luego lo acompañó, como su doctor, de vuelta a la India.
‘Mi papá, el doctor’
El doctor Donaldo Báez nació en Paraguay. Conoció a la panameña Blanca Gómez en la facultad de Medicina en Brasil. Se casaron y tuvieron tres hijos que nacerían en Panamá, Paraguay Brasil, a ese último país volvieron para hacer su especialidad médica. En 1983, la pareja de médicos empezó a trabajar en Changuinola. Dieron a sus hijos una infancia que Rosalía recuerda como la mejor: “Mi padre (que en su país no cuenta con mar) lo primero que hizo fue comprarse una lanchita. Nos llevaba a Bocas del Toro él solo, y luego con amigos”.
Agrega que su papá fue uno de los doctores que tuvieron la visión de participar en la creación del Hospital Chiriquí, centro privado en ciudad David.
Rosalía optó por estudiar oftalmología, como su madre. Le fascinó el estudió de los ojos y también quería la parte médica. Aprendió de sus padres que la medicina es una vocación que toca vidas.
De su padre admira el buen humor que lleva a la consulta. Cuenta ella: “Los pacientes llegan muy estresados, con toda la información que encontraron en dr. Google y es nuestro trabajo, incluso cuando tengamos que dar malas noticias, ayudar a aliviar ese estrés”. Advierte que hasta el mejor de los tratamientos no tiene el mismo resultado si la persona está muy estresada.
‘Mi papá, el doctor’
La doctora Rosalía Báez atiende en la Caja del Seguro Social y en el Hospital Nacional. Ejerce desde hace 16 años. Su padre sigue ejerciendo en Chiriquí. Andrés, uno de los hermanos de Rosalía también siguió los pasos de su papá y se convirtió en ortopeda.
‘Me decía: Escucha al paciente y explícale de manera sencilla’
La doctora Sara Edith Campana Soto y su padre, ya fallecido, Edgardo Campana, ambos especilistas en ginecología y obstetricia.
‘Mi papá, el doctor’
No era algo que hacía frecuente, pero la dra. Sara Edith Campana recuerda que siendo muy joven acompañó a su padre, el doctor Edgardo Campana Bustos, a la Maternidad María Cantera de Remón, del Hospital Santo Tomas para ver a sus pacientes. Atenta, solía escuchar esas conversaciones de su papá con las enfermeras después de evaluar a una paciente.
Desde pequeña, a Sara Edith le gustaba ayudar si alguien se caía o golpeaba.
Ya convertida, como su padre, en ginecóloga obstetra, nunca olvidó uno de sus consejos: “Escucha al paciente y explícale en términos sencillos por lo que está pasando”.
De su padre, ya fallecido, además, admiraba su vocación de servicio: “muchas veces, las pacientes iban a su consulta a atenderse, las aconsejaba y las pacientes contentas, porque tenían doble consulta con su ginecólogo y su psiquiatra”. Sabe que su padre daba dinero a pacientes que iban a su consulta, la pagaban, pero después no tenían para regresar a casa.
Al igual que su padre, la doctora presidió la Sociedad Panameña de Ginecología y Obstetricia. Él lo hizo entre 1970 y 1971. Ella, entre 2003 y 2005.
Sus pacientes se vuelven sus amigos
La oftalmóloga Ana Betzaida Santamaría, hija del doctor Julio Santamaría
‘Mi papá, el doctor’
Cada domingo la familia Santamaría iba a misa en el Santuario. Antes de volver a casa, el papá, el dr. Julio Santamaría, manejaba hasta el Hospital Paitilla. La familia, que incluía a cinco hijos, le esperaba en el carro mientras él pasaba visita a sus pacientes internados. A veces se demoraba, pero luego llevaba a sus hijos a comer helados y “todo bien”, recuerda con alegría la dra. Ana Betzaida Santamaría.
Desde muy pequeña, ella entendió que el trabajo de su papá era delicado y no podía parar ni siquiera en domingo.
El doctor Santamaría nació en Chiriquí. Es hijo de un agricultor bananero, que esperaba que siguiera sus pasos. Pero prefirió la medicina. Siempre quiso una especialidad que le permitiera tratar todo el cuerpo humano, eso le ha contado a sus hijos, por ello después de terminar medicina interna se decidió por la oncología.
Ana Betzaida siempre fue aplicada. Es la cuarta hija. Para su papá siempre fue importante que se esforzara y trajera buenas notas. También le gustaban la biología y el estudio del cuerpo humano.
Entre quinto y sexto año de secundaria le comunicó a su papá que le interesaba la medicina. Si eso era así, le dijo él, “acompañame un día al Oncológico para que veas como es atender a los pacientes y cómo es un hospital por dentro”. Así lo hizo Ana Betzaida, y recuerda que esa experiencia le abrió los ojos, pues muchas veces lo que uno sabe de un hospital viene solo por las series de televisión. Lo que vió le gustó.
La doctora que ahora ahora hace su residencia en oftalmología en el Complejo Arnulfo Arias Madrid, cuenta que su papá nunca la forzó a estudiar medicina, mas bien él siempre la guió y la apoyó en lo que ella escogiera.
Ella ingresó a la Universidad Latina, y cuando le comentó a su padre que estudiaría oftalmología su respuesta fue: “estupenda elección”.
En su papá ve a un doctor que da prioridad a establecer una relación con sus pacientes. “Sus pacientes se vuelven sus amigos y no deja de lado el acompañamiento espiritual pues él es muy católico y creyente”, le ha inculcado esa espiritualidad.
Ana Betzaida lo llegó a acompañar a congresos de medicina interna. Muy interesado en mantenerse al día, él siempre está estudiando y actualizándose, es un hábito que ella ha aprendido de su papá. Él es fundador del Centro Hemato Oncológico de Panamá.
Siempre admiré su deseo de superación
La dermatóloga Sheila Sánchez, hija del pedíatra José Ramón Sánchez
‘Mi papá, el doctor’
Cuando era niña, la dra Sheila Sánchez recuerda ir al Hospital del Niño, con su mamá, para llevar comida o esperar a su papá que hacía su residencia en Pediatría.
Su papá es el doctor José Ramón Sánchez, y años después cuando Sheila hiciera su rotación en los hospitales se encontraría con gente que le preguntara si era hija del doctor José Ramón Sánchez.
Son tres hermanos: una estudió mercadeo, otro veterinaria y Sheila terminaría especializándose en dermatología.
De su papá, la dra. Sheila, admira su fuerza de voluntad y deseo de superación. Él llegó a Panamá entre finales de los años 1960 y principios de 1970. En Nicaragua, su país, había una guerra; y la familia Sánchez decidió que lo más seguro era mandar a su hijo a Panamá a estudiar. “Vino solo”, comenta Sheila con admiración, quien también sabe que la familia de su papá tenía animales por lo que él creció viendo como era el cuidado médico de ellos.
Cuando Sheila le comentó que deseaba estudiar medicina el doctor Sánchez se alegró mucho y dijo que la apoyaría si eso era lo que ella quería, pero se aseguró de hacerle saber los pros y los contras de la profesión. Los contras: las muchas horas que debería dedicar en estudio, turnos y atención de pacientes. El beneficio: la oportunidad de ayudar a otros.
En su papá ve a un médico empático, presente en la vida de sus pacientes y muy creyente.
La dra. se graduó hace 15 años. Hoy atiende en el Hospital Panamá Clinic. Sheila comenta que finalmente se decidió por la dermatología porque: “Es el órgano que más dice: desde nuestro estado de animo hasta una enfermedad del hígado. La piel nos habla”.
‘Mi papá, el doctor’
‘Mi padre encuentra la solución’
La odontóloga Mayra Abbod Yunsán, hija del psiquiatra Gilberto Abbod
“Si en tu familia hay médicos, estarán pendientes, al mínimo detalle, de tu salud. Aunque su tiempo será compartido con sus otras obligaciones que son su vocación”. Así lo describe la odontóloga Mayra Abbod Yunsán. Hija de dos médicos, y hermana menor de otra doctora en medicina.
Sobre su papá, el psiquiatra Gilberto Abbod, cuenta que se acostumbró a verlo levantarse muy temprano y siempre con mucho ánimo para ir a trabajar.
Él le transmitió una visión optimista de la vida. Le enseñó a tener sueños, trabajar en ellos, pero disfrutar el recorrido por alcanzarlos. También le mostró que por difícil que algo parezca hay una solución.
Para ella su padre es su super héroe, quien le enseñó a ser perseverante, a poner el corazón en cada proyecto y a esforzarse.
A ella le tomó un tiempo decidir su carrera. Le gustaba la salud y era el campo de saber que le rodeaba. Pensó en ser veterinaria, aunque esa especialidad no se daba en ese entonces en Panamá, y al final se decidió por odontología.
La doctora Abbod es Jefa Nacional de Docencia en el Ministerio de Salud, tiene una maestría en Didáctica y Aprendizaje y estudió Administración y gerencia en servicios de salud; y al igual que sus padres es docente, otra vocación que disfruta.
‘Mi papá, el doctor’