Su voz era un murmullo, apenas se podía escuchar.
Revivir una y otra vez una pesadilla imposible de olvidar, requiere una fortaleza fuera de lo ordinario.
Moran Stella Yanai tiene 40 años y es una de los miles de israelíes que estuvo en el festival Nova el 7 de octubre. Es diseñadora de joyas, y profesionalmente, esperaba que ese fuera su gran momento. En cambio, fue herida. Fue secuestrada. A pesar de todo, es una de las afortunadas. Al cabo de 54 días de horror y temor, fue liberada.
Tiene lesiones físicas y traumas emocionales, pero otro día empezará a sanar. Ahora está haciendo su mayor esfuerzo para compartir su testimonio y que los demás rehenes regresen a casa.
Esa terrible mañana, el sol fue bondadoso y les regaló un momento mágico. “Eran las 6:20 a.m. y estábamos ahí parados, disfrutando un amanecer extremadamente hermoso”.
Minutos después, vieron cohetes en el cielo, pero tratándose de Israel, no prestaron mayor cuidado.
Hasta que esos pocos cohetes se convirtieron en una tormenta de fuego. “El cielo parecía sacado de una película de ciencia ficción; ardía”, recuerda.
Empezaron a escuchar disparos y lanzacohetes. No sabían lo que estaba pasando. “No veíamos nada y la mente no quiere aceptar la situación”, relata. “Por una hora nos escondimos dentro de los predios”.
Poco antes de las 9:00 a.m. vieron una turba terrorista correr hacia ellos y derribar la cerca periférica. No sabían que a esa hora, la gente ya había sido completamente masacrada en el área de las carpas y la carretera 232.
“Nos demoró mucho entender que debíamos correr. No fue hasta que vimos esa bola humana, escuchamos los silbidos de los disparos y vimos las balas repicando en el suelo, que empezamos a correr por nuestra vidas y fue un caos completo”.
En ese caos, Moran se rompió una pierna. El terrorista que la aprehendió documentó el momento en que la encontró en el suelo herida, desconcertada, y como si fuera un tremendo logro, lo compartió en TikTok.
Moran fue llevada junto a más de 200 israelíes y extranjeros raptados. Por dos días su familia estuvo desesperada, sin saber su suerte, hasta que un primo vio el video de TikTok.
No hay una manera fácil ni indolora de recibir tal noticia, pero así fue como los padres de Moran se enteraron de que su hija había sido secuestrada, y estaba en las entrañas de Gaza, en manos de Hamas.
La llegada
“He hablado con pilotos y comandantes de las Fuerzas de Defensa de Israel. Me han contado que parte de su entrenamiento es ser rehenes”, narra Moran. “Pero a un civil, nadie le enseña eso”.
Desde el primer momento ella trató de entenderse con sus captores. “Necesitaba saber en manos de quién estaba y por qué. Si me iban a dar comida, si me iban a violar, si me iban a asesinar”.
La chica que unas horas antes se alistaba para concretar sus sueños, ahora era exhibida en Gaza, como un trofeo, un toro que fue sacado al ruedo. “Todos los civiles estaban muy contentos, la muchedumbre vitoreaba y celebraba”.
Moran fue encerrada en un cuarto pequeño con otra joven secuestrada y cuatro terroristas. Todos dormían juntos y eran vigiladas en todo momento. “La chica que estaba conmigo no habló por tres o cuatro días. Me di cuenta de que yo era la adulta y tuve que encontrar mi voz”.
Tortura física y mental
Durante los 54 días de encierro sufrieron privaciones y golpizas. Dependían de los sonidos que se colaban de la calle para distinguir si era de día o de noche.
Aún así, Moran buscaba la manera de ocuparse. Solo podía dar ocho o diez pasos al día, por lo que su cuerpo casi no se movía. Solo le quedaba su mente. “Meditaba. Me la pasaba pensando cómo hacer para mantenerme cuerda, y cómo conseguir que nos dieran más comida, más agua, más medicinas para mi cuarto”.
Moran tenía la pierna rota y dolor insoportable. No le dieron siquiera un analgésico. Se puso muy mal. Hubo días en que no pudo comer nada de lo poquísimo que le daban.
“En cierto punto me dije, ‘entonces, así es como voy a morir’. Las condiciones son tan insalubres, que cualquier pequeña enfermedad te puede matar”, afirma. Y eso es lo que ahora la atormenta: la situación de las más de 100 personas que después de seis meses, permanecen secuestradas. Ella estuvo menos de dos meses, y casi pierde la vida y la razón.
A oscuras
Hoy día le cuesta dormir. Necesita medicamentos para conciliar el sueño. “Había un terrorista que, cada vez que estaba bravo, quería que lo viera. Me acercaba su cara y no me dejaba cerrar mis ojos, para que se estampara en mi mente. Cada vez que cierro los ojos, lo veo”.
“Nos movían de un lugar a otro”, recuerda. “Estuvimos expuestos a explosiones, porque cada casa quedaba debajo de un lanzador de misiles. Escuchábamos bombas todo el día y había edificios cayendo al lado”. A causa de ello, perdió parte de su audición.
Un día los terroristas detonaron un misil y todas las ventanas explotaron. La probabilidad de ser impactados desde Gaza era cercano y muy real.
Te vas. No te vas.
Otro de los juegos crueles en que incurrían los terroristas para romper sus cautivos lentamente, era separar a sus presas sin razón y tantearlas sádicamente. “Una de ustedes se va a la casa. ¿Quién será”, preguntaban, como si se tratara de un reality show.
Tres veces engañaron a Moran, haciéndole creer que sería liberada. Un día incluso la llevaron al lugar donde supuestamente iban a soltarla, con otra secuestrada. De pronto alguien le jaló la camisa y le dijo “tú no”.
No llores todavía
Las imágenes de los primeros secuestrados siendo liberados, con una actitud que parecía dócil y placentera, le dieron la vuelta al mundo.
“Cuando entré al jeep de la Cruz Roja, vi un pequeño pedazo del video en que salía despidiéndome de los terroristas, diciendo shukran, shukran, sonriendo”, revela Moran. “Nadie vio que le dije a la persona que estaba al lado mío: ‘no empieces a llorar. Nos faltan 30 minutos más para llegar a la puerta [con Egipto]. Entonces podremos llorar y gritar”.
Esto dice mucho de su estoicismo. “Obviamente, les gané. No les estaba sonriendo a ellos; me estaba sonriendo a mí misma. Por 54 días nos tuvieron prohibido hablar, pensar. Castigaban al que lloraba”. En esos últimos minutos, no se iba a permitir llorar en Gaza.
Ella jamás imaginó que estaban siendo filmados y las imágenes transmitidas al mundo entero.
“El chiste era que, cuando me liberaran, iba a llamar a mi papá a pedirle que me recogiera y decirle que no despertara a mi mamá. Que le contaríamos en la mañana. No sabía nada de los esfuerzos que se estaban haciendo por salvarnos”, rememora. “Así que volver y ver personas esperando en la calle para saludarnos, con banderas de Israel en sus manos, a las 3:30 de la mañana, y muchos de ellos en pyjama, fue un shock”.
Si bien Moran está de vuelta en casa, le tomará tiempo sentirse libre. “No me permito hacer la mayoría de las cosas, porque en cierto modo, aún estoy ahí. Mi corazón está con los secuestrados que siguen en Gaza”.
Dos de sus amigos fueron asesinados después que soltaron a Moran. Ella sabe que el tiempo para los demás se acaba. Por eso afirma que hay que pagar el precio que sea por sacarlos de ahí, aunque eso involucre dolorosas concesiones.
“No podemos poner sus vidas en una balanza, ya que no hay nada que podamos colocar del otro lado. Hay ancianos, bebés, jovencitas…”, detalla. “La gente debe entender que ya perdimos mucho. Muchísimo. No podemos pensar en el siguiente paso mientras no rescatemos a todos nuestros secuestrados”.
Bailaremos de nuevo
Mia Schem, otra de las secuestradas que fue liberada, se hizo un tatuaje en el brazo que dice ‘Bailaremos de nuevo’’. Le pregunto a Moran si de verdad cree que lo hagamos. Su respuesta es definitiva:
“Tomará tiempo, pero seguro que bailaremos de nuevo. Confío en mi país, confío en mi gente. Sobrevivimos lo peor y sé que haremos todo lo que esté en nuestro poder para crecer de esto hacia arriba y no caer. Somos un país pequeño, pero hemos demostrado que cuando estamos unidos, nadie puede rompernos. Y ese es el poder del pueblo judío”.
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