Cuando Santos se enteró de que iba a ser padre, entró en pánico. “Pensé en los cambios que iba a tener que hacer en mi vida y en las nuevas responsabilidades, pero en el momento que nació y vi a Carlota, sentí una felicidad y tranquilidad que jamás había sentido”, recuerda. Ahora es un papá absolutamente enamorado de su bebita de nueve meses. Aunque en este tiempo cree que solo ha cambiado pañales en tres ocasiones, “cuando lo hice, lo hice bien”, exclama reído.
Algo que tiene en común con su hija es que ambos se levantan de mal humor. “Me toca hacerle muecas y relajitos para sacarle una sonrisa y abrazarla. Para mí, ese momento no tiene precio”.
Santos es un apasionado del fútbol y ya le ha comprado varios uniformes a su pequeña. “La voy a meter en mi mundo lo más que pueda y le ruego a Dios que comparta mi pasión por los deportes”. De niño, Santos se hizo mil cicatrices montando bicicleta, patinando y jugando en la calle. “Yo podía pasar horas y horas sentado en la acera, conversando y haciendo bromas con mis amigos. Mis padres tenían que corretearme para que pasara más tiempo dentro de la casa”, evoca. “Hoy veo que los padres tienen que rogarle a sus hijos para que salgan a jugar, para que hagan deporte, para que suden algo”.
El mejor recuerdo que Santos tiene es el de una familia unida. “A pesar de cualquier problema, mis padres siempre mantuvieron un seno familiar estable y unido. Gracias a eso y a su sacrificio, hoy soy un hombre de bien y un padre entregado. Eso es lo que quiero transmitirle a mi hija: que lo más importante es la familia. Quiero que crezca con recuerdos iguales a los míos, con sus padres siempre presentes en sus triunfos y fracasos, en su tristeza y felicidad”.