En mi agenda llevaba la cuenta regresiva del esperado momento: el día en el que conocería al gran amor de mi vida.
Mientras esa fecha llegaba, seguía disfrutando de verlo a través de un monitor en las citas de control con el gineco-obstetra, donde podía confirmar que -afortunadamente- tanto la mamá como el bebé que venía en camino se encontraban bien.
Sin embargo, la “dulce espera” quiso verse empañada desde el lunes 9 de marzo de 2020 cuando se confirmó el primer caso del nuevo coronavirus en Panamá. Recuerdo que ese mismo día, antes del anuncio de las autoridades del Ministerio de Salud, estaba organizando lo que haría las semanas previas al alumbramiento.
En agenda tenía: la compra de la ropa y todo lo que me hacía falta para el bebé (que era casi todo), la asistencia a un curso sobre lactancia materna y cuidados del recién nacido y la sesión fotográfica con la pancita para así tener un lindo recuerdo de la etapa que estaba pronta a finalizar. Estas y otras diligencias a las que me dedicaría los primeros días de mi licencia por maternidad se quedaron en el papel.
Siguiendo las recomendaciones establecidas en Panamá, me quedé en casa. Mis salidas se limitaban a las citas de control del embarazo y punto. No obstante, con el pasar de los días, la ansiedad empezó a apoderarse de mí. Si de por sí el embarazo trae consigo mucho de eso, con la amenaza de una pandemia se incrementa aún más.
Aún recuerdo esos días en los que poco antes de que fueran las 6:00 p.m. (hora en la que dan los informes diarios sobre la situación con el nuevo coronavirus en Panamá), el corazón se me aceleraba, las manos me sudaban, me entraba un tremendo dolor de cabeza y -en varias ocasiones- terminé en llantos en el sofá por el miedo que me invadía, no solo por mí sino por mi bebé y el “caótico panorama mundial” que lo recibiría.
Gracias a Dios, un buen día pude reaccionar y ser consciente que ese estado y los pensamientos que le acompañaban no nos hacían bien a ninguno de los dos. Decidí que ya no vería los informes vespertinos, también limitaría el consumo de noticias y lo que saliera en redes sociales sobre el Covid-19, pero principalmente dejaría de buscar con afán los más recientes estudios sobre la relación entre el Sars-CoV-2 y el embarazo.
Un consejo que no está de más para las futuras mamitas es el apoyarse de familiares y amistades cercanas, lo que, en lo personal, fue fundamental para no estallar en pánico.
Y ya que no estaría pegada a mi celular como antes dediqué entonces ese tiempo a repasar si tenía lo necesario para llevar al hospital, en ordenar la ropa que tenía para el bebé (no era mucha, era la que había conseguido antes de todo el revuelo actual); además de buscar en internet (de fuentes confiables) todo lo que tuviera que ver con la llegada de un recién nacido a casa.
Así me mantuve en “relativa” calma hasta que el gran día llegó: en medio de esta pandemia recibí a mi hijo en brazos. En el hospital se tomaron todas las medidas de seguridad necesarias y, aunque el papá no pudo estar en la sala de parto como lo habíamos planeado, ni mi mamá pudo acompañarme en este momento tan especial y el hecho de que las visitas familiares estaban restringidas, ver la carita de mi bebé por primera vez hizo que la pandemia pasara a un segundo plano.
¿Qué otro consejo pudiera darle a las futuras mamitas? Pónganse en manos de Dios, confíen en el personal médico (un agradecimiento infinito al doctor Carlos Montufar Rueda), pero principalmente tengan fe en ustedes mismas. No hay que perder la calma porque la recompensa es enorme.
Hoy escribo estas líneas con el gran amor de mi vida en mi regazo y no existe coronavirus que me arrebate esta felicidad.